La Haya
Sus miradas se cruzaron fugazmente en una sala de la Real Galería Mauritshuis, él la miró fijamente a la cara, exclamó:
-¡Por Dios no puede ser!
Ella se ruborizó y quedó en estado de shock por eso cuando su mano se sintió atrapada en la suya y la arrastró con fuerza no pudo reaccionar hasta salir del museo, pero le siguió en silencio para no organizar un escándalo. Al cabo de un rato le dijo indignada
-¿Pero se puede saber que te pasa?
-Tú acabas de encender mi luz
¿Einn?
-Entra un momento en esta cafetería y te lo cuento, estoy excitadísimo me tiemblan las piernas.
Se colocaron en un apartado cerca de la ventana, el local era bastante oscuro pero la claridad que se filtraba por la ventana iluminaba sus caras.
-¡No puede ser!
El cuerpo de ella estaba alineado con la ventana mirando a lo lejos y su rostro se giró de repente para mirarle, luego se enfrascó otra vez en el horizonte que se podía distinguir desde aquel vetusto local.
-A ver mírame otra vez, así si solo girando la cara hacia mi.
Soy fotógrafo profesional y estoy trabajando para la Real Galería, la agarró con fuerza de la mano otra vez, te propongo hacer unas fotos si quieres te pagaré con generosidad las horas que me dediques o te invito a cenar tu eliges.
-De acuerdo, estoy de vacaciones y me gustará acompañarte a hacer unas fotos de museos, me gusta el arte.
-No, de eso nada, vamos a hacer unas fotos solo de ti, estoy interesado en tu cara.
Puso una mueca y sonrió
-Vaya de modo que 'solo' te interesa mi cara, ¡que decepción!
Salieron de la cafetería y pasaron por una tienda de ropa, compraron un turbante azul y se inscribieron en un hotel barato cerca del museo con la condición de tener una ventana con vistas a la ciudad.
La mujer se despojó de sus prendas de abrigo, su tez era blanca y suave por lo que sus ojos grandes y cristalinos le daban una expresividad fuera de toda duda, esos ojos que parece que van a romper a llorar en cualquier momento, él le arrolló el turbante por la nuca con manos expertas, su cabellera rubia se escapaba a través del turbante destacaba con el azul turquesa, al sentirse tan venerada por su rostro se sintió excitada con el roce de aquellas manos que de una forma profesional la preparaban para una escena que ella desconocía pero que el fotógrafo tenía muy clara y sintió como el olor de la excitación se colaba a través de su cuello, esperaba que no se notase.
La hizo colocarse frente a la ventana y girar el cuello, una, dos, 20, 30, cientos de fotos, girando levemente el cuello, cambiando levemente la posición de la ventana, lo curioso es que no emplease el flash en ningún momento, todo con la tenue luz que se filtraba por los cristales, ella poco a poco se iba desinhibiendo esperando ese momento mágico en que las fotos adquirieran un tono mas sensual, que le pidiera quitarse alguna prenda, mostrar la excitación que ahora se había apoderado de ella.
-Se acabó, eres genial.
¿Como que se acabó? pero si no hemos empezado.
El estaba nervioso como un niño le enseñó en el led las fotos.
-¿Te das cuenta?
Eres asombrosamente igual a la modelo de 'La joven de la perla', sacó un montón recortes de revistas de una carpeta y la verdad es que el parecido era de admirar.
-Todo este tiempo desde 1665 se daba por supuesto que llevaba una perla y ahora gracias a ti y estas fotos hemos descubierto que el pendiente es de plata como el tuyo, el brillo del pendiente resulta excesivo para ser una perla, el carbonato de calcio y el nácar, tendrían que ser blancas perladas pero no brillantes.
-¿Ves? las zonas oscuras producen un efecto espejo casi me veo yo reflejado, además las perlas solo las podían obtener las damas de pudientes y por lo que se ve por el atuendo es una joven eso si de gran belleza.
Una oleada de calor la invadió, por un lado se sentía ensalzada por las alabanzas a su belleza ancestral y su parecido con la Monalisa holandesa, pero su parte hembra le pedía acción a voz en grito. De modo que le pidió la cámara. Cuando la tenía en sus manos exclamó:
-'Quid pro quo', mira por donde yo estoy haciendo un estudio de las venas de cierta parte del cuerpo del 'David' de Miguel Angel, nunca lo dirías pero dicen que son impostadas, de momento empezaremos con las venas de las manos.......pero ya sabes de momento 'en reposo'.
Descubrí que es muy difícil empaquetarse a uno mismo desde dentro, pero el pretender ser enviado a una dirección concreta complica las cosas mas que nada porque hay que pensar al revés o en marcha atrás.....
Aquella mañana llamé a Seur para el envío de un paquete urgente, deje la llave a una vecina y empecé a empaquetarme de dentro a fuera, varias vueltas de plástico de bolitas, una caja tamaño natural, cartones, vueltas y vueltas con cinta de embalaje, una pajita para respirar y una espera angustiosa pues desde dentro apenas se pueden percibir los sonidos, una espera sin sonido, sin luz y con el agravante de haber desconectado la calefacción.
Los hechos se desarrollaron como una catarata, el transporte, los improperios por mi peso y el traqueteo rodeado de paquetes, (a pesar de que en el cartón que se suponía debía estar a la vista había puesto FRAGIL, jarrón chino peligro de rotura, mantener esta parte hacia arriba.
Otra vez los improperios sobre el peso de la maldita caja, unas escaleras, timbre y una discusión:
-¡Yo no he comprado esto!
-Pues yo no me lo llevo, deberá llamar.
(y venga a repetir la discusión con todas las variantes que os podaís imaginar)
Y por fin el chásquido de la puerta cerrándose tras de si.
Ahora silencio, unos pasos que se acercan que se alejan, noto una mano que palpa el paquete, lo sacude a ver si suena algo, por fin otros pasos y unas tijeras que van rasgando nerviosamente los cartones, se oye el desgarro y la luz empieza a esparcirse, a percibir el sonido de una canción, está atardeciendo y a través de los plásticos veo su silueta, está con un albornoz rosado aterrada, mirando fijamente con las tijeras en la mano.
He despertado bruscamente con un beso de tus labios, no se si soñado, robado, recordado o vivido.
Retumba un trueno en mi cabeza, palpitan las más lejanas venas al acorde de tambores, pensamientos a la carrera se agolpan impacientes. Cúmulos gigantes bien formados blancos como la nieve y brillantes como el sol, amontonados, resplandecientes se asoman entre las montañas y avanzan como un ejército, montan unos sobre otros, suben, crecen eliminando al anterior y van llegando al cenit como un castillo de plata reluciente.
De la blanca masa de algodones gigantes, brotan fugaces los relámpagos con sordos rumores, la sangre oprime mis sienes mientras la artillería de tus besos golpea mi cuerpo, cubren el cielo y la luz que me envuelve se torna iriscente como si saliese de tus ojos marinos. Los trenes lejanos del fragor de mil batallas se apagan con nuevos rayos y luces grises.
La piel se me eriza y el frío aire me trae salitre sobre la cara pero huele a tierra húmeda, la niebla se apodera de la atmósfera y mis ojos se nublan ya siento las caricias tibias de tus labios como aplacantes gotas de lluvia resbaladizas, cataratas de sensaciones, que como un gigante descerebrado en lugar de matarme a puñetazos me azotase con su desgreñada cabellera.
Hay silencios y calmas antes del definitivo y angustioso concierto formado por tenebrosos aullidos del viento, ululando entre los árboles, lamentos angustiosos, chasquidos de ramas rotas y extrañas sensaciones antes del momento cúspide..... el inminente ataque final.
Se intuye el mayestático momento, el vacío que lo precede, la sinfonía de lejanas granizadas, las notas aflautadas del viento corriendo entre los troncos desnudos hasta que por fin bajo el huracán impetuoso, los árboles de doblan como pajes obedientes en señal de respeto y
-Me voy otra vez a los años 90, ¿Quieres algún encargo?.
-Pues sí, ahora que lo dices te importaría recordarme cuando estés allí que no ponga soportes de plástico para sujetar la estantería....
Etiquetas: cuento , futuro , previsor , tocadiscos
Aquel sería el último cuadro en que pintase su espalda pero no lo sabían.....
Si alguna vez os habéis despertado en medio del campo, en una tienda de campaña muy de mañana y oís el canto de algún pájaro, seguro que será un mirlo. Su trino tiene atributos similares a la música escucharlo es deleitarse.
Sin embargo no hay mejor música que la que se destila del bosque en el ocaso, cuando el aire huele a aire y el pino a resina caliente.
Ya entrada la noche, a través de la tierra mojada se puede disfrutar del silencio, roto por los sonidos fantasmagóricos de ciertas aves nocturnas.
Poco a poco el oído va separando las notas, usan la siringe el equivalente a nuestra laringe, lo que les permite disponer de dos cámaras que les deja emitir dos sonidos simultáneamente, que se van conjugando armónicamente distinguiendo tantas especies como atención prestes, mirlos, canarios aflautados, gorriones despistados, o el sonido majestuoso de los búhos.
Causalidad:
Todo empezó en un viaje fin de estudios al Pirineo y mi primer contacto con el blanco elemento, luego mis limitadas aptitudes gráfico-plásticas y por último las coincidencias en la frigidez de mis relaciones sentimentales con el género femenino, todas ellas adolecientes de química sensual.
El caso es que me dio por crear muñecas de nieve, primero burdas bolas apiladas con narices de zanahorias anaranjadas y brazos de ramitas, luego sofisticando las esculturas añadiendo o quitando formas, un mundo sin límites a la imaginación, con la ventaja de ir modelando a medida que el resultado final no cubría las expectativas y haciendo que los sueños cobrasen sus realidades.
Al final después de muchas pruebas, hice una que me quedó perfecta, por mas que lo intentaba no podía hacer rectificaciones, como mucho la acariciaba para seguir sus formas con mis manos, me gustaba pasar horas viendo el brillo multicolor como diamantes de los rayos del sol cuando se reflejaban en su blanco recubrimiento y no podía remodelar nada mas porque era perfecta, comprendí en seguida lo que me había pasado, me había enamorado de una muñeca de nieve, pero ahí surgieron los problemas.
Descubrí en el primer beso que nuestras temperaturas corporales eran incompatibles, gasté mis ahorros en un camión frigorifico 'La Sirena', en donde podíamos viajar y tener nuestras relaciones, reconozco que hacer el amor con ella es difícil pues aunque salga de la ducha hirviendo a toda velocidad, al llegar a su blanca textura mi órgano penetrador sufre una notable disminución, yo creo por miedo se queda dentro de mi propio organismo y colocarle a ella calefactores internos lo hemos discutido y tampoco le parece buena idea.
Pero lo peor de todo esto es que ultimamente creo que no soy correspondido, me ha parecido observar una cierta indiferencia por su parte, sobretodo cuando llega la Navidad y surgen mis rivales en las calles nevadas. Creo que influye que yo puedo modelarla a ella cada vez que me apetece y ella a mi no.
Etiquetas: muñeca , nieve , ocurrencia
1.- PLANO GENERAL de la impresionante Sala del Congreso en Bruselas, bullicio, personas con apariencia de intelectuales, organizando papeles y cambiando impresiones, identificados por una pequeña bandera por mesa.
2.- PLANO MEDIO Siluetas de los traductores, mirando a los conferenciantes de espaldas a cámara, toquetean clavijas miran a su traducido y se inclinan armónicamente sobre sus notas, llevan auriculares.
BANDA MUSICAL el bullicio hablado se va extinguiendo pauloatinamente con algunos acordes de piano, una pieza rápida llena de corcheas que imite el canto de los pájaros, se queda hasta el final del plano.
3.- TRAVELLING PLANO PRINCIPAL de Paula, lentamente paseamos en los rostros de los traductores sin parar en ninguno, ella está al final nos acercamos a esa mujer y aplicamos un zoom muy lento para recreamos en sus labios, (deben ser carnosos y sensuales) mientras habla, para asociar imagen a sonido.
4.- PLANO MEDIO de la conferenciante, no es importante ni lo que dice, es preferible que su aspecto sea poco atrayente, para que no se coma el aspecto de la traductora, la conferencia es en lituano habla rápido y no se debe entender nada, debería utilizar un máximo de cuarenta palabras, no enfatiza y debe producir aburrimiento. (No hace falta contratar una actriz, cualquier político sirve)
Etiquetas: guión , intérprete , relato
Nunca se supo si fue antes equilibrista o paciente de Parkinson, el caso es que le desaconsejaron muy seriamente los equilibrios entre cornisas, pero no es nuevo, antes de detectarle la enfermedad también le habían recomendado alejarse de las alturas.
Sus paseos por el alambre llenan de angustia a todos menos a él, los pasos parecen no seguros, ofreciendo siempre la sensación de vulnerabilidad, peligro, desasosiego. Ya desde el primer apoyo no se sabe si habrá un segundo, si resbalará o si el vacío será el destino secreto de sus paseos atmosféricos.
Indecisión revertida pero su pie descalzo siempre acaba en el alambre lo que permite al funámbulo seguir ejerciendo, sabiendo que cada metro implica molinillos de brazos, gestos innecesarios y falta de firmeza, dos por uno, un espectáculo con resbalones añadidos y lleno de incertezas pero con el placer añadido de permanecer suspendido en el aire después de mil aspavientos.
Todos los demás funámbulos no tienen apenas espectadores, el público le espera a él impaciente, su travesía es la mas vista y ovacionada como si los aplausos fueran un tercer apoyo que pudiera rectificar los resbalones, la empatía con los espectadores es total y al final las manos escuecen de tanto aplaudir.
Solo al final del show y cuando ya está sobre una plataforma segura, no se sabe si por la emoción se le doblan las piernas y se desmorona sobre si mismo.
Siempre se repite a una y otra vez que su tiempo de locura se ha acabado, pero el sabe que no....
Etiquetas: equilibrista , relato
Te he sentido todo el tiempo muy cerca, aunque el tiempo no nos haya sentido a nosotros. Te he sentido todo el tiempo y sé que el tiempo se escapa, necesito flotar en esa habitación, la tuya, feliz y completamente desinhibido para ver como duermes tranquila.
Ayer tomé una botella entera de whisky, acompañada solo con hielo para que no me abrasara la garganta ..... Sí, lo oyes bien, ayer me emborraché.
Todo daba vueltas en mi alrededor inmediato. Me hacía tanta gracia que las paredes de mi habitación diesen vueltas, que decidí poner la música a todo volumen e intentar alcanzar las paredes con mis dedos.
Iba tan rápido que sin darme cuenta despegué.....
Durante el vuelo pensaba en cual sería mi destino.
Pero enseguida lo supe. Estaba en tu habitación, frente a tu cama, tu dormías tranquila. Incluso dormida eres insoportablemente preciosa.
En ese momento un rayo azulado de luna furtivo, me dejó adivinar las curvas de tu cuerpo bajo las sábanas en aquella oscuridad, acompasada a tu respiración tranquila, bendije al rayo para que me dejara ver tus labios inertes, reposando tranquilamente.
Pero al acercarme a besarte tropecé con la cama de mi habitación y caí. Con el mareo tuve que levantarme del suelo.
La lluvia al chocar con la ventana, repetía tu nombre, tan estrepitosamente, que se colaba en mi mente y junto con el alcohol golpeaba mi ya tocada cabeza. Me di cuenta de que algo sonaba mas alto que la música e incluso mas que la lluvia en la ventana.
Era tu respiración amplificada retumbando en mi cerebro.
Estás cerca, muy cerca.
La tentación de volverme es casi irresistible, pero me recreo en el límite de la voluntad, alargando el tiempo de ficción al máximo para evitar que la realidad me deprima aún mas.
Mi sonrisa se ensancha al comprobar que se va a producir una desobediencia por parte de mi cuerpo, se gira hacia ti, no puedo, ni quiero, detenerlo.
Ahora te siento aún mas cerca, enfrente de mí.
Tal vez nos separen unos centímetros, o quizá milímetros, no tengo forma de saberlo.
Adelanto mis manos para acariciarte, me detengo a escasos milímetros de tu piel. No puedo verte, pero casi puedo sentirte.
Paladeo la anticipación que embarga a mi corazón, me niego a acariciar tu suave piel, tan dulce y delicada
Tus manos tampoco están quietas, no pueden estarlo, y recorren suavemente mi rostro sin tocarlo, hasta entrelazarse en mi nuca. Me atraes hacia ti, y mientras lo haces mi corazón bombea aún a mas velocidad, me sumerjo en tu aroma, en tu tacto.
Nuestros labios por fin se tocan sin rozarse, la sensación mas dulce del mundo. La suavidad de tus labios buscando los míos me provoca una serie de descargas eléctricas imperceptibles que recorren mi columna.
Mi mente se ve asaltada por un millar de sensaciones placenteras y el mundo desaparece, solo estamos tu y yo.
Presiento que tu también has cerrado los ojos, pues he podido notar el aire de tus pestañas, cerrando los párpados, disfrutando tanto como yo de las sensaciones que recorren tu cuerpo. El beso se va impregnando de pasión, tu corazón late a la par que el mío, tu respiración se hace mas fuerte y profunda.
Los dos nos separamos a la vez, sintiéndonos felices, amados. Tu abres tus ojos y los clavas de nuevo en mis cerrados párpados. Sonríes y mi corazón casi estalla de felicidad.
Etiquetas: alucinación , borrachera
Cuando se es investigador privado, uno ha de aprender a confiar en sus corazonadas. Por eso en el momento en que un tipo tembloroso como un flan llamado Word Babcock entró en mi oficina y puso las cartas sobre la mesa, debí haber hecho caso del escalofrío glacial que sacudió mi espinazo.
—¿Kaiser? —preguntó—. ¿Kaiser Lupowitz?
—Eso es lo que pone en mi licencia —admití.
—Tiene que ayudarme. Me están haciendo un chantaje. ¡Por favor!
Se agitaba como el animador de una orquesta de rumba. Le empujé un vaso por encima de la mesa y la botella de whisky que guardo a mano con propósitos no medicinales.
—¿Qué le parece si se tranquiliza y me lo cuenta todo?
—¿No... no se lo dirá luego a mi mujer?
—-Hablemos claro, Word. No puedo hacerle promesas.
Intentó servirse un trago, pero el tintineo podía oírse al otro lado de la calle, y la mayor parte del licor fue a parar a sus zapatos.
—Soy un honrado trabajador —explicó—. Mantenimiento de máquinas. Construyo y reparo vibradores. Ya sabe... esos aparatitos tan divertidos que dan un calambre al estrechar la mano.
—¿Y bien?
—A muchos ejecutivos les gusta. Sobre todo a lo largo de Wall Street.
—Vaya al grano.
—Ahí voy precisamente. pero ya sabe que el camino... es difícil. Oh, no es lo que está pensando. Mire, Kaiser, soy fundamentalmente un intelectual. Uno se puede buscar todas las furcias que quiera, claro. Pero mujeres inteligentes de verdad... no resultan fáciles de encontrar a corto plazo.
—Continúe.
—Bueno, oí hablar de una chica. Dieciocho años. Estudiante en Vassar. Por una cantidad, te viene y discute el tema que sea... Proust, Yeats, antropología. Un intercambio de ideas. ¿Comprende dónde voy a parar?
—No exactamente.
—Mi mujer es algo grande, de veras, de veras, no me entienda mal. Pero no es capaz de discutir sobre Pound conmigo. O sobre Elliot. Yo no lo sabía cuando me casé con ella. Mire, necesito a una mujer cuya mente me estimule, Kaiser. Y no me importa pagar por eso. no busco ningún enredo... quiero una experiencia intelectual rápida, y luego quiero que la chica se largue. Dios mío, Kaiser, soy un hombre casado y feliz.
—¿Cuánto tiempo dura esto?
—Seis meses. Cuando me vienen ganas, llamo a Flossie. Es una madame, y tiene un título de doctor en literatura comparada. Ella me envía a una intelectual, ¿comprende?
Así que era uno de esos tipos cuya flaqueza son las mujeres con cerebro. Sentí lástima del pobre imbécil. Imaginé que habría muchos individuos en su situación, hambrientos de unas migajas de comunicación intelectual con el sexo opuesto y por la que pagarían un precio exorbitante.
—Ahora amenaza con contárselo a mi esposa —gimió.
—¿Quién?
—Flossie. Escondieron un magnetofón en la habitación del motel. Me grabaron en cinta mientras discutía La tierra baldía y Estilos de voluntad radical, y, bueno, estaba llegando a algunas conclusiones. Quieren diez grandes o se lo contarán a Carla. ¡Kaiser, tiene que ayudarme! Carla se moriría si llegara a enterarse de que no me enciende el quinqué.
El viejo tinglado de la prostitución. Había oído rumores de que los chicos de la jefatura se traían algo entre manos en relación con un grupo de mujeres instruídas, pero de momento estaban sin ninguna pista.
—Llame a Flossie, quiero hablar con ella.
—¿Cómo?
—Me haré cargo de su caso, Word. Pero cobro cincuenta dólares al día, más los gastos. Tendrá que reparar un montón de vibradores.
—Nunca será más de diez de los grandes, estoy seguro —comentó con una sonrisa mientras cogía el teléfono para marcar un número.
Le guiñé un ojo cuando me tendió el auricular. Estaba empezando a caerme bien: Unos segundos más tarde, respondió una voz sedosa, y le expliqué mis deseos.
—Tengo entendido que usted puede ayudarme a conseguir una hora de charla agradable.
—Claro que sí, guapo. ¿Quiere algo en concreto?
—Me gustaría discutir sobre Melville.
—¿Moby Dick o sus novelas cortas?
—¿Qué diferencia hay?
—El precio. Eso es todo. El simbolismo se cobra aparte.
—¿Por cuánto me saldría?
—Cincuenta, tal vez unos cien por Moby Dick. ¿Le gustaría una discusión comparada... Melville y Hawthorne? Se lo podría dejar por cien.
—Me parece bien —contesté y le di el número de una habitación en el Plaza.
—¿Prefiere una morena o una rubia?
—Sorpréndame —le dije, y colgué.
Me afeité y engullí unas tazas de café negro, mientras repasaba los esquemas de literatura del Monarch College. Apenas había pasado una hora cuando sonaron los golpes en la puerta. la abrí, y en el umbral se erguía una joven pelirroja metida en sus anchos pantalones como dos cucharadas grandes de helado de vainilla.
—Hola, soy Sherry.
Sabían realmente cómo satisfacer las fantasías de uno. Pelo largo, suelto, bolsas de cuero, pendientes de plata, sin maquillaje.
—Me sorprende que hayas podido llegar hasta aquí vestida de ese modo —observé—. El detective sabe distinguir a las intelectuales.
—Con un billete de cinco no distingue nada.
—¿Empezamos? —propuse, empujándola hacia el sofá.
Encendió un cigarrillo y fue derecho al grano.
—Creo que podríamos comenzar considerando Billy Budd como una justificación que Melville sugiere de los caminos de Dios hacia el hombre, n'est-ce pas?
—Interesante, aunque no desde un punto de vista miltoniano.
Era una finta. Me interesaba ver si valía para el oficio.
—No. A El paraíso perdido le falta la subestructura del pesimismo.
Valía.
—Cierto, cierto. Dios mío, tienes razón —murmuré.
—Creo que Melville reafirmó las virtudes de la inocencia en un sentido genuino, pero aun así sofisticado, ¿no estás de acuerdo?
La dejé continuar. Apenas tenía diecinueve años, pero mostraba ya la ductilidad encallecida de la pseudointelectual. Desgranaba sus ideas con labia, pero en el fondo era todo mecánico. Cada vez que yo le brindaba una intuición, ella fingía placer:
—Oh, sí, Kaiser. Sí, chico, es muy profundo. Una comprensión platónica del cristianismo... ¿por qué no me habré dado cuenta antes?
Hablamos alrededor de una hora, hasta que ella dijo que tenía que irse. Cuando se levantó, le tendí un billete de cien.
—Gracias, cariño.
—Puede haber muchos más.
—¿Qué quieres decir?
—Había picado su curiosidad. Volvió a sentarse.
—Supongamos que quisiera... organizar una fiesta —anuncié.
—¿Qué clase de fiesta?
—Supongamos que quisiera tener una charla sobre Noam Chomsky con dos chicas.
—Oh, caramba.
—Si prefieres dejarlo correr...
—Tendrías que hablar con Flossie —dijo—. Eso cuesta mucho.
Era el momento de apretarle las clavijas. Lucí mi insignia de investigador privado y le informé que habían caído en una trampa.
—¿Qué?
—Soy un poli, preciosa, y discutir sobre Melville por dinero es un 802. Te va a salir una buena temporada.
—¡Asqueroso!
—Será mejor que confieses, muñeca, a menos que prefieras contar tu historia en la oficina de Alfred Kazin, y no creo que le haga muy feliz escucharla.
La chica se echó a llorar.
—No me entregues, Kaiser —imploró—. Necesitaba el dinero para acabar el doctorado. Me negaron una beca. Dos veces. Oh, Dios mío.
Lo soltó todo... la historia completa. Educación Central Park West. Campos de verano socialistas, Brandeis. Era igual que todas esas chicas que ves haciendo cola delante del Elgin o del Thalia, o que escriben con lápiz "Sí, muy cierto" en el margen de algún libro sobre Kant. Sólo que en algunas paredes del trayecto había hecho un viraje equivocado.
—Necesitaba dinero en efectivo. Una amiga me contó que conocía a un individuo casado cuya esposa no era muy profunda. Estaba chiflado por Blake. Ella no podía satisfacerle. Yo dije que bueno, que por una cantidad podía hablar de Blake con él. Me sentí muy nerviosa al principio. Tuve que fingir casi todo el tiempo. A él no le importó. Mi amiga me dijo que había otros. Oh, no es la primera vez que me atrapan. Me pescaron leyendo Commentary en un coche aparcad, y otra vez me pararon y me registraron en Tanglewood. Si ahora me cogen por tercera vez iré a la cárcel.
—Entonces llévame hasta Flossie.
Se mordió el labio y dijo:
—La librería universitaria Hunter es una tapadera.
—¿Sí?
—Como esas barberías que camuflan centros de apuestas en la trastienda. Ya lo verás.
Hice una breve llamada a jefatura, y luego le dije a la chica:
—Está bien, muñeca. Puedes irte tranquilamente. Pero no salgas de la ciudad.
Inclinó su rostro hacia el mío con gratitud.
—Puedo conseguirte fotos de Dwight Macdonald leyendo —ofreció.
—Otra vez será.
Entré a la librería universitaria Hunter. El dependiente, un joven de ojos sensitivos, me salió al encuentro.
—¿En qué puedo servirle? —preguntó.
—Estoy buscando una edición especial de Avisos a mí mismo. Tengo entendido que el autor ha hecho imprimir varios miles de ejemplares en panes de oro para los amigos.
—Tendré que comprobarlo —respondió—. Tenemos línea directa con la casa Mailer.
Le miré fijamente.
—Sherry me envía —anuncié.
—Oh, en ese caso pase a la trastienda —indicó.
Apretó el botón. Una pared de libros se abrió, y penetró como un tonto en el bullicioso palacio de los placeres regentado por Flossie.
Paredes empapeladas de rojo y una decoración victoriana marcaban el tono. Muchachas pálidas y nerviosas con gafas de montura negra y pelo corto yacían indolentemente en sofás hojeando clásico Penguin provocativamente. Una rubia de ancha sonrisa me lanzó un guiño, indicando con la cabeza una habitación de arriba y dijo:
—Wallace Stevens, ¿eh?
Pero no se trataba únicamente de experiencias intelectuales, lo que se vendía allí eran también experiencias emotivas. por cincuenta pavos, me dijeron, te podías "comunicar guardando las distancias". Por un centenar, una chica te prestaba sus discos de Bártok, cenaba contigo y te dejaba mirar mientras sufría un ataque de angustia. Por ciento cincuenta, podías escuchar la radio de FM con unas gemelas. Por tres billetes tenías el servicio completo: una hebrea morena y delgada fingía ligar contigo en el Museo de Arte Moderno, te dejaba leer su tesis, te metía en una discusión a gritos en el pub de Elaine sobre los conceptos de Freud acerca de la mujer, y luego simulaba el suicidio que tú eligieses... la velada perfecta, para ciertos individuos. bonito negocio. Gran ciudad, Nueva York.
—¿Te gusta mi juguete? —preguntó una voz a mi espalda.
Me volví y de pronto me encontré frente a frente con el cañón de una 38. soy un hombre de estómago bien templado, pero esta vez me dio un vuelco. Era Flossie, sin duda. La voz era la misma, pero Flossie era un hombre. Su rostro estaba cubierto por una máscara.
—No se lo va a creer —prosiguió—. Ni siquiera tengo el título. Me expulsaron por malas calificaciones.
—¿Es por eso que lleva máscara?
—Ideé una intrincada máquina para apoderarme de The New York Review of Books, pero para eso tenía que hacerme pasar por Lionel Trilling. Fui a México para operarme. Hay un médico en Juárez que presta a la gente los rasgos de Trilling... por una buena cantidad. Pero algo salió mal. Me sacó parecido a Auden, con la voz de Mary McCarthy. Por eso crucé la frontera de la ley.
Con presteza, antes de que su dedo pudiese apretar el gatillo, me puse en acción. Lanzándome hacia adelante, hice chocar un codo contra su mandíbula y me apoderé del revólver mientras caía. Se derrumbó como una tonelada de ladrillos. Gemía aún cuando llegó la policía.
—Buen trabajo, Kaiser —aprobó el sargento Holmes—. Cuando acabemos con ese tipo, el F.B.I. quiere tener una charla con él. Un pequeño asunto relacionado con jugadores de ventaja y una edición anotada del Infierno de Dante. Sacadlo fuera, muchachos.
Más avanzada la noche, busqué a una vieja conocida mía que se llamaba gloria. Era rubia. Y se había graduado cum laude. La diferencia está en que su título era de educación física. ¡Qué alivio!
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