sábado, 10 de julio de 2021

El jardinero poeta

Era un incauto, de esos personajes desgarbados de los que es mejor separarse, zalamero y liante a partes iguales, el típico personaje alérgico a declarar el IVA, pero progresista hasta la médula, enemigo de ricos y empresarios, taciturno como ninguno, bastante pobre y muy miserable por su desordenada vida, compulsivo escritor de tuits y retuits, pero poco fiable con su palabra, republicano desde que es la moda serlo y por consiguiente enemigo del rey al que no tiene el gusto de conocer. 

Le podías ver muchas veces, por el campo arrastrando los pies por los senderos que conducen a los alrededores de alguna masía, aprovechando para robar algo de fruta, para sacarse algo, no miento cuando digo que a pesar de odiar ferozmente al sistema capitalista, amaba con pasión las generosas remuneraciones libres de impuestos, fruto de su trabajo como jardinero esporádico de los burgueses adinerados, dueños de grandes y costosas residencias, aquel buen hombre era el mejor en aquel trabajo, mientras se mantuviera en silencio. 

De los pocos de su generación, sabía leer y escribir con dificultades, no obstante era poeta o creía serlo en el silencio de las noches, creaba párrafos armoniosos cuando yacía bajo una lámpara de algún hogar bien dispuesto, era poeta cuando lo acompañaban las bestias y los cervatillos por el campo, era poeta para él mismo porque nadie se podía dar cuenta que un pobre jardinero podía escribir y leer con tanta soltura, podía crear melodiosas sinfonías con las palabras. 

¿Imagináis la reacción de los dueños de sus jardines si se enterasen? Pobre gandul. El miserable en esta historia no puede subir de consideración.

No puedo decir que no tenía ni siquiera un apartamento donde caer muerto, pues todos los desgraciados como él tienen un mundo a sus pies. Tienen lo verde de los montes para poder dormir, y la yerba para poder acostarse. Cuándo llega el frio del invierno no se puede negar que la calle no es una casa acogedora, donde haya un buen cajero, portal o caliente estación de metro. No se puede pensar que si no tienes un metro cuadrado de ladrillo no hay un hogar ¡Nada más falso! 

¿No observas a los animales? no le pagan impuestos al estado, no tienen que trabajar todo el día bajo el sol como ustedes. ¡Son libres! ¡Y por supuesto que tienen hogar! Y admito que ni Felipe VI ni Sánchez viven tan cómodos como aquel caballo pastando apaciblemente, ni tan feliz como los elefantes, ni tan cómodo como el cordero, ni tan libre como la cabra montesa saltando entre los cerros. Pues el miserable jardinero-poeta sí tenía hogar. Donde cayera la noche era su casa.

Te debes preguntar cómo me di cuenta de su triste existencia. Pues hay una historia que parecerá tan fantástica como me pareció a mí, pero es tan real como que el Papa es tan mortal como nosotros y que algún día la muerte también tocará su puerta.

Se cuenta que saliendo de una dura jornada de trabajo en las afueras, cuidando los jardines de un hombre adinerado el Sr. Rocafort, fue sorprendido por un grupo de ladrones, descuideros en la ciudad y amigos de lo ajeno fuera de ella, ganado, gallinas y lo que pillen en los alrededores.

Se sabe aquí en la comarca, que todo trabajador, hasta el más miserable jardinero que sale de una finca, lleva siempre algunos euros, para solucionar estas desdichadas circunstancias, pues el magnate para mostrar su poder necesita ser muy bondadoso con sus trabajadores, para que puedan apreciar su gran riqueza y magnanimidad. Manteniendo una vigilancia de las entradas y salidas de los operarios de estas grandes mansiones, los bandidos constantemente abordaban  a los trabajadores por ser presas fáciles para su indecorosa profesión. Le llegó el fatídico turno a nuestro personaje, cinco bandidos lo estaban esperando para apalizarlo y quitarle el móvil y los 50 € que llevaba en la cartera y de paso, un paquete que llevaba a la oficina de correos como encargo para enviar. El sentido común del jardinero-poeta con el tiempo se intensificó y en aquel opresivo silencio sintió que algo andaba mal. Los vio venir, vio a aquellos indeseables haciéndose pasar como gente normal y no se confió demasiado. Primero caminó muy rápidamente a pesar de su cojera, luego corrió como si su vida dependiera de sus pies, y de pronto, sin el ánimo de exagerar este relato el hombre entró en un bosque que nunca en su vida había visto, un bosque donde el verde era demasiado brillante y las sombras demasiado oscuras. El sol ya no estaba rodeado de bruma. Ya no era tímido el día, sino reluciente y puro.

Miró hacia atrás y no vio el camino de gravilla por el cual corría hace unos segundos, solo vio las más exuberantes flores que nunca pensó que existieran en la comarca. Todo su cuerpo se excitó al ser parte de una naturaleza tan salvaje y tan erótica. Caminó mucho y dejó tiradas sus herramientas. Esto lo tengo que escribir, pensó aquella mente de poeta. Pues se sentó bajo la sombra de un árbol de dos mil años, tan frondoso como su pobreza y se puso a escribir en una hoja amarillenta que encontró tirada en el suelo y tomó con ceremonia la pluma estilográfica que siempre llevaba encima y cuidadosamente empezó a escribir.



Alguien había estado ahí. Mientras escribía eufóricamente, escuchó un canto que parecía que bajaba del cielo, una voz tan aguda, tan suave, tan celeste y tan rica que no parecía ser emitida por ningún ser vivo de este planeta. Estoy muerto y este es el Edén, aquellos mal nacidos me mataron y mi Dios tan misericordioso me mandó a disfrutar de la vida eterna, pensó el miserable. El canto no cesó y sintió que más bien se acercaba y a tan solo unos cuantos metros delante de él deslumbró una figura femenina desnuda; con largos cabellos que llegaban hasta la cintura, sin nada que la cubriese, su piel era tan blanca que parecía translúcida, su fisionomía parecía tan fina pero a la vez la de una guerrera, sus caderas parecía que se mezclaban con el verde de los bosques y su sonrisa era salvaje, como la de una hiena que primero enamora a su presa y luego la devora.

No creía lo que sus ojos miraban, era como una especie de sueño, él había visto a muchas mujeres desnudas; a prostitutas y cortesanas, a campesinas y condesas. Las aventuras amorosas no le faltaron en su vida. Había tenido como amante a la esposa de un lord que era inválido, a una campesina que había conocido en Grecia, a todas las había amado y las había poseído con locura. Pero aquel ser que sus ojos miraban, era de una belleza incomprensible, innatural, increíble e inalcanzable ¿Un ángel? ¡Bendito sea Dios! Qué maravilloso cortejo tenía en el cielo! ¡Por supuesto que era un ángel de Dios! ¡Dios quería que los hombres trabajadores y honrados, aquellos que en vida han pasado tantas desgracias, aquellos miserables y pobres, la pasaran de lo grande en el cielo, se divirtieran y disfrutaran de los placeres que en vida les tuvieron que costar tanto! ¡Qué bueno, qué maravilloso, qué grandioso era Dios! ¡Amén y qué viva la muerte! ¡De los pobres será el Reino de Cielos! ¡De los pobres serán los ángeles desnudos! Y aquel hombre le dio gracias a Dios por la muerte que nunca había tenido, pero que él creía. No, no era un ángel de Dios, Dios no puede admitir tanto erotismo en sus campiñas ¡Pecado! ¡Imposible! Aquello era… era una ninfa. Él se creía muerto y en el cielo, sin saber que eso no había pasado, pero que estaba por pasar. ¡Pobre jardinero, hubiera sido mejor que lo mataran los bandidos!

Se dice, pues querido lector, que el jardinero que topó con una ninfa, con su belleza, con sus senos que parecían el cielo, desnudos, inmaculados, con aquella mujer que llevaba una esencia y unos efluvios que salían de sus caderas e inundaban todo. Sí, que no quepa duda que era una ninfa. ¡Cuidado! ¡No te vaya a matar la sed del placer! No puedo describir la excitación de aquel personaje porque no habrían palabras para relatarlo. Solo puedo decir lo que pasó después...


La gente cuenta, pero a mí no me consta, que la ninfa con sed de hombres que se pierden en sus bosques, se acercó a aquel pobre idiota, suavemente. Cada paso era de una sensualidad absoluta. Cada caminar y cada rama que se quebraba hacía que su cuerpo se llenara de erotismo. Sus pechos se balanceaban suavemente con su andar y sus caderas se movía y sus manos bailaban. Sus ojos brillaban con el fulgor de la pasión y su sonrisa se preparaba para dar caza al más viril de los hombres. Acercose
 al desgraciado, desplazando sus manos hacia su rostro. Lo último que vio él fue el fuego en los ojos de ella. Quiso tocar sus pechos pero su mano se quemó, quiso poseerla pero su cuerpo se arrugó. La gente cuenta que la ninfa le dio el beso de la muerte, absorbió toda la excitación y el deseo del hombre, pues dicen que de eso se alimentan. La ninfa, al tomarse la pasión desenfrenada de nuestro amigo, fue al río a bañarse y a recoger flores de loto, posteriormente se acostó en la gruesa rama de un árbol a esperar que algún otro hombre débil de carne llegara y se perdiera al ver sus pechos, su sonrisa, sus ojos, sus cabellos, sus vellos y sus caderas. Del jardinero, nunca se supo nada, ni hallaron su cuerpo.      

3 Asuntos :

Albada Dos dijo...

Una leyenda estupenda, pues es bonito que un jardinero, cultivado y poeta, huyendo de los atracadores, se topara con una ninfa.

Desapareció porque la ninfa le pudo absorber la sensualidad. Muy curioso. Un abrazo

Erik dijo...

Una lastima que no hubiera cerca una boca de metro. Pero...

Salud

hanna dijo...

Una historia magica. Un abrazo