Con toda naturalidad, tomó una de las patatas crujientes que sobresalían del colorido envase de cartón, abierto como una invitación. La miré de reojo, sopesando mi reacción, era una de esas tardes en que el cielo parece haberse puesto nostálgico, con nubes grises que lloran despacio, como si se arrepintieran de algo.
Ella notó mi mirada fija e inquisidora, como quien ha cometido una pequeña travesura y espera el castigo con una sonrisa ya preparada. En efecto, me la regaló, una de esas sonrisas que derriten el hielo, que hacen que uno olvide por qué estaba enfadado en primer lugar.
— ¿Demasiado invasiva tal vez?
Preguntó, llevándose la patata a los labios con una lentitud milimétrica
— Es que las tuyas... están más calientes.
Había algo en su voz, una vibración baja y dulce, como cuando el teléfono suena en medio de la noche y sabes que no es una llamada cualquiera, alargó otra vez sus dedos, largos, teatrales y tomó otra de mis patatas. Las suyas seguían intactas en su bandeja.
— Tienen más sal... ¿lo notas?
Dijo, mientras me miraba fijamente, como si mordisquear una patata fuera un acto deliberadamente sensual.
— Además, me gusta lo que es tuyo, siempre sabe distinto.
Empecé a articular mentalmente un discurso, versaría sobre la higiene, las bacterias, la propiedad privada y los principios. En vez de hablar, le ofrecí otra, quería recuperar la iniciativa aunque fuera en contra de mi dignidad, ahora yo atacaría y ella se defendería, así al menos figuraba en mi cabeza, una realidad distorsionada.
— De acuerdo, pero será una patatita por sonrisa.
Le dije, en plan condescendiente.
— ¿Y si te doy dos sonrisas? ¿Qué me das tú?
En nuestro alrededor, la rutina seguía con su coreografía absurda, ajenos a todo, niños chillando, refrescos derramados, adultos distraídos buscando enchufes o servilletas. Nosotros, en cambio, parecíamos en otro plano, jugando un ajedrez de gestos, insinuaciones y papas fritas.
Ella tomó un sobre de mayonesa con delicadeza ceremonial, lo abrió rasgándolo con la boca, luego con un tirón breve, casi sensual, lo apretó con precisión, brotando una cantidad generosa sobre una patata. Luego la alzó en dirección a mi boca.
— Ábrela
Ordenó con un susurro.
— Confía en mí, no está tan caliente.
Lo hice, ahí me di cuenta que había cruzado una línea invisible, sonrió satisfecha, como quien coloca la última pieza del dominó.
Luego, con gesto juguetón, como sin querer, dejó que un hilo de mayonesa escapara de sus dedos y cayera, lenta, espesa, certera... directo a la entrepierna de mi pantalón. La mancha era blanca, tibia, difícil de explicar. Ella se tapó la boca fingiendo sorpresa, pero sus ojos brillaban con malicia.
— Huy, perdón...
Dijo.
— Te he manchado justo donde no debería, Aunque... bien pensado tampoco es tan grave, ¿no? A veces las cosas acaban donde quieren, no donde deben.
Me quedé paralizado, sin saber si reírme, correr al baño o pedir socorro. Entonces se inclinó y me susurró al oído:
— Te llevo la hamburguesa a la mesa.
Me guiñó un ojo antes de alejarse, dejando un rastro de perfume y descontrol tras de sí.
Y fue entonces cuando alguien gritó.
Una madre había visto la escena desde la distancia, justo el momento más desafortunado. Los guardias de seguridad no tardaron en acercarse. Preguntas, miradas, la maldita mancha blanca justo en medio del pantalón.
— No es lo que parece.
Intenté decir.
— Es... es, solo es mayonesa.
Pero cuando uno tiene la bragueta a medio cerrar y una mancha estratégica en un restaurante lleno de familias con niños gritones, la palabra "mayonesa" no tiene ningún poder absolutorio.
Lo demás es historia. En la comisaría nadie creyó demasiado mi versión, y aunque al final me soltaron, trás los respectivos análisis de alcohol, drogas en mi persona y sustancias extrañas sobre el pantalón, aún recuerdo la última frase del agente mientras cerraba el informe.
—La próxima vez... mejor kétchup, al menos no da lugar a confusión.
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2 Asuntos :
Pues menos mal que no me gustan las patatas fritas con mayonesa...
jajajaja te confesaré que yo las prefiero con Ketchup
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