martes, 11 de marzo de 2025

Efecto dAXEstroso


 

Carlos nunca había sido lo que podemos definir como un galán, un hombre con poca confianza en si mismo, su historial romántico podía resumirse en un par de citas incómodas y un beso accidental con su prima en un bautizo, lo cuál le provocaba un estado de insatisfacción permanente. 

Pero todo cambió el día que vio aquel anuncio por televisión, por fin un hombre normal, como él, aplicándose desodorante y, en cuestión de segundos, hordas de mujeres lanzándose sobre él con un fervor digno de un Black Friday en tienda de ropa barata.

Para Carlos, ávido lector de cómics y devoto seguidor de Astérix y Obélix, aquello era una revelación comparable a la poción mágica de Panorámix el druida de los galos. Si un simple brebaje podía convertir a un aldeano enclenque en una máquina imparable de fuerza bruta, ¿por qué no iba a funcionar lo mismo con un desodorante y el atractivo sexual?

Iluminado por la idea de que la química podía suplir la genética, Carlos corrió a la perfumería más cercana, no compró un frasco, ni dos, no, él se llevó todo el estante. "Si una aplicación atrae a una mujer, imagina lo que hará un litro", pensó, con la lógica imbatible de quien se cree todo lo que sale por televisión y ha decidido poner su futuro en manos de un bote de aerosol.

Los primeros días fueron de pruebas, se rociaba con el entusiasmo de un jardinero fumigando plagas, salía a la calle un tanto preocupado por su integridad, pues en cualquier momento se podrían abalanzar las mujeres sobre él.

Pero de momento la única reacción femenina que obtuvo fue la mirada irritada de una anciana en el autobús, que tosió con una intensidad digna de una crisis asmática.

Persistió, seguro que era cuestión de dosis, la dobló, luego la triplicó. Su apartamento comenzó a adquirir un aroma que oscilaba entre "vestuario de gimnasio" y "explosión en fábrica de químicos". 

En la oficina, sus compañeros empezaron a evitarlo con la sutileza de quien esquiva a uno de los que te acosan para venderte un seguro o piden tu firma para cualquier extraña causa. Una tarde, su jefe lo llamó a su despacho y, con un tono paternal, le preguntó si estaba teniendo "problemas personales".

Carlos no se desanimó. Tal vez el problema no era la cantidad, sino la estrategia,  de modo que decidió hacer apariciones en lugares estratégicos, gimnasios, bares, parques y finalmente en la biblioteca, en cada uno de ellos, la reacción fue la misma, murmullos, miradas de reprobación, pero lo peor fue una mujer que, al pasar junto a él en una tienda, exclamó: 

-"Dios, ¿qué es ese olor?". 

Carlos sonrió confiado. La publicidad nunca decía cuánto tardaban en caer rendidas, faltaba la importante variable del "cuando".

El golpe final llegó en una fiesta, convencido de que aquel era el escenario perfecto para su glorioso debut como imán de féminas, se dio un último baño en su elixir afrodisíaco y entró con paso firme, a los pocos minutos, notó que el salón, antes abarrotado, comenzaba a despejarse en su área inmediata, finalmente, una amiga de la anfitriona se le acercó y, con una mueca de dolor, le preguntó si, por casualidad, había tenido un "accidente con un camión de ambientadores".

Aquella noche, Carlos entendió la dura verdad: la ciencia del marketing era más poderosa que la de la atracción. Sus ahorros estaban en la basura (o, más bien, invertidos en decenas de latas de desodorante acumuladas en su baño) y su vida amorosa, lejos de mejorar, ahora olía peor que nunca.

Desde entonces, Carlos aprendió una lección importante: el amor no se puede comprar en frascos de aerosol y sobre todo, que el olfato humano tiene un límite de tolerancia, ahora usa desodorante con moderación y ha descubierto que el mejor afrodisíaco sigue siendo no apestar.


2 Asuntos :

❦ Cléia Fialho ❦ dijo...

Que história divertida! Fiquei encantada com a maneira como você capturou o desespero de Carlos em tentar se transformar em alguém desejado. A ironia de sua jornada, a forma como ele acredita que o produto pode ser a chave para seu sucesso amoroso, só para descobrir que a realidade é bem diferente, é simplesmente brilhante! A conclusão é impecável, nos lembrando de que, no fundo, o que realmente importa é a nossa essência, e que exagerar nas coisas pode ter efeitos bem inesperados. Uma ótima reflexão sobre as armadilhas do marketing e as verdades da vida! Adorei!

SAUDAÇÕES QUERIDO

Erik dijo...

Je!!
Pues nada...