Para ceñirnos a la estricta verdad, todo se inició por culpa de la película "50 Sombras de Grey", sus posteriores y reiterados positivos comentarios a lo largo de los días siguientes.
No es que ella se opusiera, claro, si algo había aprendido en la vida, era que la resistencia, bien empleada, solo aumentaba el placer.
De modo que allí estaba, con las muñecas sujetas por una técnica que él aseguraba poseer, pero que en realidad había perfeccionado después de horas visionando tutoriales en YouTube, nudos marineros para sujetar todo tipo de cosas, menos para atarse a si mismos.
Muy aplicado, su amante su frase preferida era que el conocimiento era poder, aunque en este caso, parecía más bien un poder inverso … mas bien restrictivo.
El flash de la cámara la cegaba momentáneamente, y en esos instantes de luz blanca y súbita, no podía evitar preguntarse si esto acabaría mal o en una exposición retrospectiva titulada "Ataduras consentidas", una exploración fotográfica del amor y los cabos blancos de poliéster o marrones de cáñamo. O peor, en la memoria de su amante como:
“Aquella vez que intentamos ser sensuales y terminamos riéndonos porque los nudos se deshicieron solos” pero contenta pues se sentía protagonista de su propia película.
—¿Todo bien? —preguntó él, con ese tono de amante delicado pero claramente más interesado en la composición estética que en la circulación sanguínea de las extremidades de su pareja.
—Maravilloso —respondió ella, con la dignidad de una mujer que, incluso atada, aún tenía el poder de lanzar una mirada de juicio.
Un nuevo clic. Otro destello. Y ella, en su papel de musa involuntaria, pensó que si todo fallaba, al menos tendría pruebas fotográficas para su futura autobiografía.
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