viernes, 30 de mayo de 2025



Hasta para su limitada inteligencia era evidente que no podría encontrar nunca a la princesa de la que ya estaba enamorado, aún sin conocerla pero sin un plano de los aposentos del castillo, sin vestigios del terrible cautiverio, iba a ser difícil pero por una vez en la vida la fortuna quiso premiarle. Retumbaban en medio del frío pasadizo el eco de las pisadas que se ahogaban entre las gruesas paredes de piedra, unos débiles gemidos emitidos por una oprimida garganta femenina sin duda, los utilizó como guía hasta toparse con una maciza puerta de madera, los quejidos ahora eran muy claros y se oían entremezclados con el rechinar angustioso de un lecho de madera carcomida.


Para el OPR (Official Princess Rescuer), interpretar aquellos sonidos no requería ningún esfuerzo intelectual extra, alguien amordazado y atado a una cama se estaba retorciendo para intentar liberarse, además él sabía quién era ese alguien. Empujó suavemente la puerta y comprobó que cedía, la cerradura no estaba cerrada, lo cual activó sus primeras sospechas, no tiene mucha lógica encerrar a una princesa y olvidarse de cerrar la puerta, por muy atada que esté en la cama. La habitación estaba sumida en la oscuridad mas espesa, avanzó a tientas, ahora los sonidos se volvían mucho mas terroríficos amplificados por la acústica de la habitación. Era evidente que la princesa estaba sufriendo mucho. Ahora jadeaba, gemía y de la hondura de su desesperación se oían unos gruñidos esporádicos que debían salir de sus atribuladas entrañas torturadas.



Afortunadamente y sin que ella todavía lo supiera se había acabado ya su cautiverio, se acercó silenciosamente a la cama, alargó la mano para ofrecerle tranquilidad, la retiró al instante con un escalofrío, acababa de descubrir una peculiaridad física y secreta de la princesa su culo era notablemente musculoso y peludo, además los muy canallas la tenían totalmente desnuda, atrapada en aquella horrible cama.

La princesa había captado el mensaje de que llegaba ayuda pues había dejado de brincar en la cama y en el momento en que el rescatador abría la boca para explicarle que iba a sacarla de allí enseguida, susurró entre gemidos:


- ¿Por qué has osado parar? .....En un momento tan crucial.


El rescatador estuvo a punto de contestar, que no tenía ya nada que temer porque estaba a salvo, sus desgracias se habían acabado, por fin había sido descubierta y sería rescatada de su mazmorra en breve, cuando inexplicablemente oyó la voz de un hombre que salía de la misma cama, esto era de lo mas cruel que jamás hubiera imaginado, el torturador se había metido en el mismo lecho que la víctima, el frío debía ser insoportable para hacer algo así. Con descaro le preguntó a la princesa:


-¿Cuantas manos tiene excelencia?

-¿Manos? ¿Cuantas manos? ¿Es eso lo que me has preguntado?

-Exactamente.

-Ya me lo pareció (murmuró) ¿En un momento como este te pones a hacerme preguntas estúpidas?¿Cuántas manos te crees que voy a tener, tres, cuatro?

-Si y una de ellas fría y callosa.

-¡De modo que soy callosa! Aqui lo único que hay calloso y grosero eres tú. Debería haberme dado cuenta. Anda déjate de tonterías y acaba lo que has empezado.

-Está bien, contestó dubitativamente, de todas formas, yo juraría que me tocó el culo con su excelentísima tercera mano.

-No digas gilipolleces querido. Venga sigue y calla un poco.


Se inició otra vez el rechinar de las maderas desencajadas, aunque esta vez acompañado de unos gruñidos bastante menos entusiastas del hombre y las frenéticas súplicas de la princesa pidiendo mas y mas.


El rescatador se quedó en cuclillas junto a la cama amparado en la oscuridad, intentando comprender lo que estaba pasando pero interpretando que debía salir de allí cuanto antes, al incorporarse tropezó con una pequeña alfombra para mantener el equilibrio alargó la mano y esta vez se topó con la rodilla de la princesa. De la cama surgió un ahogado grito y de repente cesaron todos los movimientos.

El rescatador soltó la rodilla y hulló de puntillas con toda prisa hacia la puerta amparado en el espesor de la oscuridad.


-¿Que pasa ahora? preguntó el hombre.

-Manos, balbuceó la mujer, antes ¿dijíste manos?

-Dije una mano.

-Te creo, esa mano acaba de agarrarme la rodilla.

-Te juro que no era la mía.

-¡Socorro! Empezó a gritar la princesa.....

martes, 20 de mayo de 2025

 ... -Y ahora mi mujer piensa que ha sido una señal del más allá,  concluyó el vecino, cruzando los brazos, como si aquello lo dejara aún más confundido.

Andrés se quedó mudo, el corazón le golpeaba en las sienes, su mente se aceleró como un tren fuera de control:

¿Qué? ¿Rico ya estaba muerto? ¿Enterrado en el jardín? ¿Entonces…? ¿Terco lo desenterró? ¿Ese desgraciado de ojos verdes escarbó entre los lirios, sacó el cadáver y me lo ofreció como una ofrenda fúnebre, como prueba de su amor?




Mientras tanto su vecino seguía balbuceando sobre teorías espirituales y conspiranoicas.

—Que si un alma en pena, que si Rico quería despedirse, que si el universo se equivocó de jaula, que si una reencarnación espontánea. 

En cambio Andrés, que disponía de la verdad solo podía pensar en una cosa, su gato era un profanador de tumbas y el un cobarde que no se atrevía a asumir sus culpas.

En la otra casa, la del loro, los vecinos también habían contado su versión, no a todo el mundo, claro. No eran chismosos, ni mucho menos pero aquel suceso, lo del loro que volvió de la muerte, merecía una excepción.

Los vecinos eran Rosa y Federico, matrimonio de toda la vida, jubilados con la paz del que ya ha pagado su hipoteca, llevaban viviendo allí más de veinte años, desde hacía catorce, compartían sus días con Rico, el loro más espectacular que jamás hubiese pisado un jardín europeo.

—Ese pájaro hablaba mejor que mi cuñado, y con más criterio —

Decía Federico en la panadería.

Lo sacaban todos los días a tomar el sol, le ponían música clásica, lo peinaban con un cepillito de cerdas suaves, le daban alpiste premium comprado por internet, y le hablaban como si fuera un nieto, había quien decía que Rosa dormía con Rico cerca de la cama en su jaula móvil, como si el pájaro tuviera terrores nocturnos.

Cuando Rico murió, Rosa lo sintió más que cuando murió su suegra (según Federico, bastante más). Fue una mañana cualquiera, salieron al jardín con el café, como siempre y lo encontraron con la cabeza gacha, las alas caídas y un silencio que helaba el alma, lo envolvieron en una toalla bordada, lloraron, rezaron, y lo enterraron bajo el naranjo, con una piedra con su nombre y un pequeño ramo de lavanda.

—No puedo estar aquí, Fede. 

Dijo Rosa, con ojeras de duelo.

—Me lo imagino volando en cada sombra, vamos a cogernos esos días que teníamos planeados e intentar olvidar esta agonía.

Y así lo hicieron, dejaron la casa a cargo de Joaquín, un amigo jubilado también, muy discreto, que prometió cuidar de las plantas y ventilar las habitaciones, nadie mencionó a Rico,  quizá porque les dolía demasiado, quizá porque les parecía ridículo confesar que habían enterrado a un loro con más honores que a un obispo.

Cuando regresaron del viaje, Rosa, con el corazón aún blando, fue al porche a comprobar que todo estaba igual... Pero allí lo encontró, Rico, sentado en su jaula, limpio, pálido, frío, como si el más allá tuviese protocolo de entrega en mano.

El grito se oyó en tres manzanas. Rosa pensó que se había vuelto loca, Federico pensó que habían abierto la tumba del loro y lo habían vuelto a meter en la jaula.

—Esto no es normal.

Dijo Rosa, echando agua bendita en aerosol

—Esto es cosa de brujería.

Llamaron a Joaquín, que juró por su cadera operada que no había tocado nada, no tenían cámaras de vigilancia, Rosa se abrazaba al loro muerto como si esperase una explicación, Federico llamó a su primo el del pueblo, que sabía algo de santería, nada de nada.

Entonces empezaron las teorías:

1) La más lógica, decían, era que un zorro lo hubiese desenterrado (aunque no suelen lavar ni colocar a sus presas en jaulas). 

2) La más fantasiosa era que Rico había vuelto por voluntad propia. 

3) La más secreta, que Federico no se atrevía a decir ni en voz baja, era que el vecino raro, Andrés, el de al lado, el que hablaba con un gato negro como si fuera su terapeuta, tenía algo que ver.

—Ese gato tiene cara de asesino. 

Le dijo una mañana Joaquín a Federico.

—Y el vecino de cómplice, vi como le hablaba como si le contase secretos.

A partir de ahí, la historia se convirtió en leyenda de patio trasero, nadie decía nada, pero todos sabían que el gato tenía hambre de plumas y que de algún modo, el loro había sido devuelto como un paquete mal entregado.

Rosa, cada vez que cruzaba al jardín, lo hacía con una cruz en el cuello y otra en la mano, Federico miraba con desconfianza al muro bajo que los separaba del vecino solitario y Joaquín... Joaquín simplemente no volvió.

Así, mientras Andrés ensayaba discursos para una confesión que ya no necesitaban y Terco dormía como un emperador satisfecho, los vecinos vivían con el corazón encogido, la jaula vacía... y un escalofrío inexplicable cada vez que veían unos ojos verdes acechando desde la ventana.


PD Para saber la versión de Andrés (el responsable de las futuras terapias de sus vecinos conviene leer su propia versión):

Y resucitó al tercer día









lunes, 12 de mayo de 2025

En lo profundo de la caverna, donde la luz apenas susurra su existencia, un grupo de hombres yace encadenado desde su nacimiento. 
Sus cuellos y piernas están fijos en una postura inalterable, obligados a mirar únicamente la pared rugosa que tienen enfrente. 
Sus ojos, acostumbrados a la penumbra, observan sombras proyectadas por la titilante luz de una hoguera situada tras ellos. 
Figuras de objetos, animales y hombres desfilan en el muro sin origen visible. Para ellos, esa es la única verdad. 
No conocen más mundo que esas siluetas danzantes.


—¡Así que les ganaste a los amigos de papá! ¡Vaya campeona!

—Uf, Sergio, ¿Qué te parecería si hiciéramos algo esta noche?

Mientras la noche vibraba con susurros y sombras. Tras la cena, los cuerpos se refugiaban en sus tiendas, cada uno buscando su propio descanso… o su propia tormenta, pero yo esperaba con ansias el tirón de su mano, la urgencia de su deseo. 

En ese momento escuchamos unos tímidos gemidos provenientes de la tienda de sus padres. Era evidente que ellos también, por la pinta, estaban queriendo “hacer algo”. Yo me reí pero mi chico quedó con la cara espantada, le atusé el pelo con mis dedos:

—Sergio, ¿te asquea que tus padres lo hagan o qué?

—Claro. Son mis padres, cari ¡Qué incómodo! ¿Te parece si nos dormimos y continuamos mañana? 

Era evidente cuando los ecos ajenos perforaron la frágil tela de la noche, su fuego se apagó en un pestañeo, envolvió su cuerpo en una manta, cerró los ojos y dejó que la incomodidad lo venciera. 

Ya no me hizo caso pese a que lo zarandeaba, incluso metí mano para acariciarle el vientre pero sin reacción, parecía que saber que sus padres tenían sexo le cortaba todo el rollo.

Así que salí de su tienda, bastante cabreada, al aire espeso de la madrugada, mi piel aún encendida, mi pulso buscando un compás distinto y miré de reojo la carpa donde sus padres estaban haciéndolo. Gracias al brillo de una farola tras los árboles podía ver las siluetas oscuras de ambos allí adentro. Iba a irme a mi carpa, pero escuché a don Cosme rogándole a su señora:

—Mira, querida, mira cómo estoy no me dejes así.

Descubrí, al acercarme silenciosamente, que no estaban teniendo sexo. Por la sombra que proyectaba, entendía que él estaba sobre su esposa, animándole a que tuvieran relaciones, pero la señora no quería saber nada.

—¿Pero qué te pasa, Cosme? Déjame dormir, me duele la cabeza.

—¿Pero tu estás viendo este pedazo de erección que tengo?

Cuando dijo aquello, el señor se puso de rodillas, de perfil, y pude ver boquiabierta la polla de mi suegro (mejor dicho, la sombra). 
¡Era enorme! ¡Pues claro, era una maldita sombra, normal que pareciera titánica, engañando mi percepción! 

Pero, ¿y si no? Madre mía, ¿por qué su hijo no heredó esa lanza? Empezó a estrujársela, parecía que buscaba la mano de su esposa para que ella comprobara su estado pero la mujer no quería saber nada de nada.

Me calenté tanto viendo aquella espada que no dudé en meter mano bajo mi short de algodón y tocarme. No lo podía creer, ese señor rogaba por sexo y su señora no lo quería contentar. Y yo le había implorado a mi novio que aplacara el calor que me tenía en ascuas.

Disfruté del voyerismo aquella vez, de noche, espiando a mi suegro masturbándose. Pensé, mientras mis finos dedos entraban y salían de mi húmeda gruta, que seguramente don Cosme estaba empalmado gracias a mí y mi pequeño bikini mientras tomaba el sol por la tarde.

Seguramente se tocaba imaginando mi culo, mi sexo o mis pezones anillados, que se entreveían con la minúscula prenda, podía oír sus entrecortados gemidos…

Me mordí un puño para no gemir porque el orgasmo que tuve fue inolvidable, caí allí, en la yerba, retorciéndome y tensando mis dedos dentro de mí. Mientras recuperaba mi vista, que se había nublado durante el clímax, volví a mirar la tienda; el pobre hombre, por la pinta, también se estaba corriendo en un pañuelo o camiseta que se acercó él mismo.

Las sombras hablaron. Sobre la tela de aquella tienda, un titán alzaba su silueta en súplica, buscando ser acogido. La voz de su esposa lo rechazaba con la tibieza del cansancio, pero él persistía, dibujando sobre la lona un espejismo que confundía los límites entre la realidad y la ilusión.

La luz jugaba a engañar mi percepción. ¿Era la sombra la que magnifica o era mi mente la que anhelaba? Me quedé allí, atrapada entre lo indebido y lo inevitable, viendo brillar en el cielo destellos de fuego, sintiendo en mi piel la misma electricidad.


“Don Cosme…”, susurré con mis finos dedos haciendo ganchos en mi húmeda cueva, viendo chispas doradas en el cielo negro.
Un murmullo escapó de mis labios. La noche, cómplice y muda, guardó el secreto.











viernes, 9 de mayo de 2025

8:05 am: Un autobús lleno de desgraciados casuales, recorre la avenida principal, ajenos al extraño acontecimiento que en breve va a suceder.

Violet iba en su asiento, ataviada con el uniforme de Viajes Colón perfectamente planchado, mientras una idea simple le rondaba la cabeza, hoy le apetecía chupar una polla, era una revelación súbita, mística casi, al cepillarse los dientes tras el desayuno con su vecina que le contaba las maravillas de una excursión a Benidorm para la tercera edad, la mente de Violet solo podía pensar en felaciones y en que debía vender como mínimo dos viajes a Peñíscola este mes para cobrar comisión y pagar el alquiler.

Enfrente, un chico con cara de haber repetido curso tres veces, la miraba sin atreverse a mirarla, esquivando el cruce de miradas, era Daniel, trabajaba de mensajero y justo estaba transportando unos papeles para Viajes Colón, era cliente suyo sin saberlo, tenía marihuana en la mochila, unas cuantas multas sin pagar y una erección monumental, su mente estaba ocupada en un polvo antológico con Paloma en un parque que jamás olvidaría, ni el viejo que los pilló tampoco.

El conductor Sergio, pensaba en estrellar el autobús contra el ayuntamiento, no era casualidad, Sergio debía unas cuotas de un viaje a Túnez que nunca llegó a hacer por una huelga, con la agencia  'Viajes Colón'. Su odisea financiera lo tenía al borde del terrorismo vehicular.

Una señora bien peinada miraba al chico con ansia depredadora, era Carmen, agente de seguros, le había vendido un seguro de vida a un tal Román, que estaba sentado justo al fondo, deprimido, oliendo a soledad y a colonia barata. Carmen había sido clienta de Viajes Colón también, y odiaba esa agencia porque perdió unas vacaciones en Ibiza por culpa de la incompetencia de una tal Violet, pero ahora estaba ocupada mirando el paquete creciente del chaval empalmado, instintivamente se desabrochó 2 botones de su blusa, para que se le viera el sostén. 

Román, el viejo, pensaba en colgarse, había sido prestamista, entre sus antiguos clientes estaba Tomás, el tipo de 33 años que mascullaba su odio hacia su padre moribundo y los bancos. Tomás había intentado conseguir un crédito en la sucursal donde trabajaba Alberto, disfrazado hoy de vendedor ambulante. Alberto, ex director bancario, ahora evitaba acreedores bajo un sombrero ridículo.

Al fondo, Elena, madre frustrada, pensaba en cómo limpiarían ese autobús, estaba asqueroso, seguro que lo limpian con manguera pero aún quedan chicles de la ventana. Elena vendía cosméticos por catálogo. Su web la había diseñado Adrián, el friki que ahora imaginaba pollas que inflaban estómagos y elefantes vampiro. Adrián había comprado un paquete vacacional online a Viajes Colón para un crucero nudista que no se realizó por no llegar a un número mínimo de plazas.

Sentada junto a Adrián, Marisa, ejecutiva de ventas, rumiaba su odio hacia Paco, al que justificaba su ascenso por tener polla y no poderse quedar embarazado. Marisa había conseguido gracias a Viajes Colón cerrar un acuerdo de incentivos para empleados que jamás le concedieron.

Todos, sin excepción, habían sido clientes, proveedores, víctimas o verdugos de los otros. Todos conectados por la red invisible de negocios cutres, deudas, favores, polvos no confesados y traiciones baratas. Nadie lo sabía.

Cuando Violet se levantó, se acercó dándole la espalda a Daniel, rozándole sutilmente con sus glúteos, ella notó su polla dura apretada contra la falda, lo notó, el se puso ostensiblemente nervioso, le encantó la situación, es todo tan previsible… En su mente solo había un pequeño problema logístico:

"¿Dónde se la chupo? ¿En el asiento? ¿En el suelo? ¿Sobre el volante del conductor?". Sonrió y, sin volverse, acercó la cabeza a la suya y murmuró:

—¿Oye, me estás apuntando con una pistola o te alegras de verme?

—¿Ehhhh?

Era obvio que Daniel no sabía de citas cinematográfica ni literarias por lo que ella decidió ir mas al grano.

—Me llamo Violet. Hoy tenía que ir a un examen… pero prefiero otra cosa. ¿Te apetece dejarme chupar tu polla un ratito?

Lo que pasó después fue hermoso y patético.

Como Daniel estaba inmovilizado, Violet interpretó el silencio como confirmación, de modo que con un movimiento seco le bajó la cremallera de la bragueta, tras ese sonido seco, y la súbita aparición del miembro, se oyó un ¡Ohhhh! de admiración que salía de entre los pasajeros, tras el cual Carmen se tapó la boca abochornada, el conductor asustado clavó los frenos con una brutalidad casi artística, el chirrido de las ruedas reventó contra el asfalto, levantando un humo blanco que olía a goma quemada y desesperación, los cuerpos salieron despedidos, desparramándose por el pasillo como muñecos borrachos, bolsos, mochilas, sobres de cosméticos y un sombrero ridículo volaron por el aire, en medio de la confusión, algunos se sacaron las pollas, otras las agarraron con los dedos, iniciando masturbaciones grupales, es el fin del mundo repetían algunos, al final todos miran, todos participan  en cadena, el viejo Román, que ya no esperaba nada de la vida, sonreía feliz, comprendiendo todo, como si hubiera esperado ese momento durante 80 años. Los coches tras el autobús se apilaron en un atasco infinito, los conductores curiosos se acercaron, al ver la escena, furiosos, confusos o ambas opciones, se unieron sin saber muy bien a qué pero entraron en el autobús, como un imán que les atrapaba.  

La avenida entera se convirtió era un río de carne sudorosa y excitada, sirenas, contratos rotos, viajes a ninguna parte, pólizas caducadas, préstamos impagados, cosméticos derritiéndose, webs caídas, y cuerpos felices.

Un precioso lunes de orgía pública, quizás el mejor.

Porque, al final, todos queremos amor y felicidad.






miércoles, 7 de mayo de 2025

Paco y Román


Sin brújula y sin vergüenza.

Estos dos personajes no nacieron indigentes ni marineros improvisados, todo tiene su pasado, incluso lo mas absurdo, Paco no siempre fue un náufrago alcohólico, sino —según él— algo mucho peor, un profesor de Educación Física en paro con veleidades náuticas.

Mucho antes de quedarse dormido sobre un timón ajeno, Paco había sido un hombre serio o al menos, eso decía él mismo con la convicción de quien ha contado tantas veces su historia que ha olvidado en qué momento empezó a mentir.

—Yo era profesor, ¿sabes? Educación Física, en un instituto de Sóller. El chándal me quedaba como un guante y el silbato lo usaba sólo para emergencias, nada de pitar por gusto, eso es de novatos 

Le contó a Román una madrugada en la T1, mientras compartían un paquete de croissants caducados con la ternura de dos náufragos de la civilización.

Román no sabía si creerle, pero le gustaba escucharlo, Paco tenía ese don de los charlatanes de vocación, convertía cada desgracia en una epopeya y cada suspensión de empleo en una injusticia histórica. Aseguraba haber sido expulsado por “motivos ideológicos”, parece ser que los padres no estaban muy conformes con los signos evidentes de embriaguez del profesor que sus alumnos relataban detalladamente en sus respectivas casas.

—Pero lo mío era el mar. Siempre lo fue. La mar te habla, Román. La mar te dice cosas.


—¿Y qué te dijo a ti?


—Que me fuera, literalmente, me vomitó en la cara durante una regata amateur en 2003. Desde entonces no volví… hasta ahora.


Román, por su parte, no hablaba mucho de su pasado, sólo sabía que había trabajado en lo que él llamaba “la vida privada”, una expresión que abarcaba desde mozo de almacén hasta figurante en una serie de sobremesa. Su talento principal era desaparecer en lugares públicos y recordar letras de rancheras con precisión quirúrgica.


Su encuentro fue inevitable, como esos choques entre satélites que nadie calcula pero que acaban saliendo en las noticias. Coincidieron por primera vez en una sala de espera del Hospital Son Llàtzer, ambos por lesiones menores y con la misma expresión de quien no espera curarse, pero sí un café gratis. Desde entonces, inseparables. Paco tenía el verbo, Román la resignación, y entre los dos, una voluntad común: evitar cualquier cosa que implicara madrugar.


La idea de robar el velero no surgió de un plan. Surgió del aburrimiento y de una botella de vino semillena que rescataron de los restos de un botellón, con una etiqueta en ruso. 


—Mira, Román. Si seguimos aquí vamos a enraizar en la moqueta del aeropuerto, he visto un velero ahí fuera, sin vigilancia. ¿Qué es lo peor que puede pasar?


—¿Ahogarnos?


—Bah. Eso es secundario tengo nociones de navegación, es todo muy fácil, es cuestión de seguir unas pautas.


Román dudó. Siempre dudaba. Pero su vida era tan plana que hasta un delito le parecía una curva excitante.


—Vale. Pero si morimos, no me eches la culpa.


—¿Morir? Román, vamos a vivir. Aunque sea dos días y aunque sea de mentira.


Y así fue como empezaron su epopeya dos hombres sin destino, sin papeles, sin rumbo, pero con una absurda ilusión de que todo podía salir bien porque, simplemente, ya había salido mal demasiadas veces.


A lo largo de la historia de la navegación, los mares han sido escenario de gestas épicas, sueños de libertad y tragedias humanas. Esta, en cambio, es la historia de Paco y Román: dos expertos en pasar desapercibidos entre terminales de aeropuerto y máquinas de café averiadas, dos Ulises de chándal, sin Ítaca pero con ganas de evasión, que se lanzaron a la mar en un velero robado y sin plan de retorno. Porque, claro está, un plan implicaría pensar, y pensar cansa.




—Tú confía en mí, Román. Yo sé lo que me hago.

Dijo Paco, señalando un flamante velero de doce metros con una confianza que sólo dan el hambre y el exceso de litronas.


Román, que llevaba tres días comiendo barritas de cereales caducadas y viendo despegar aviones como quien mira fuegos artificiales desde una zanja, no necesitó mucho para dejarse arrastrar. “Peor que esto no será”, pensó, sin saber que el universo siempre acepta ese tipo de desafíos como una invitación formal al desastre.


El abordaje del velero "Pelegrin Tuk" (un nombre que ya olía a tragedia menor) fue un ejercicio de sigilo y torpeza que rozó lo poético. Y una vez a bordo, descubrieron con alegría que la despensa estaba llena no solo de comida de modo que la travesía comenzó como suelen empezar estas cosas: bebiéndose primero el ron del armador y luego cualquier líquido con etiqueta que no llevara la palabra “desinfectante”.


Paco, patrón autoproclamado, duró apenas unas horas antes de desplomarse sobre el timón como una estrella muerta sobre el horizonte. Román, ahora solo ante el timón y el abismo, descubrió que navegar no era exactamente como en las películas, y que ni siquiera sabía dónde estaba el norte. Ni cómo encender una radio. Ni qué era una radiobaliza. Ni por qué demonios lo había escuchado a él, otra vez.

Román llevaba veinte minutos observando el timón como quien observa un electrodoméstico extraterrestre, no giraba nada, no respondía a nada. Lo único que había conseguido era chocar tres veces contra su propia ignorancia y una contra el mástil, al ritmo de los cabeceos del barco. Paco, el otrora comandante supremo de la travesía, yacía con la boca abierta, presa de un desmayo provocado por un coma etílico, a costa del buen whisky de la despensa.


Román intentó hablarle.


—Paco… Paco, coño, despierta… que esto se mueve solo y no se que hacer, no soy el capitán Nemo.


Nada, ni un gruñido náutico, ni un leve parpadeo de autoridad, solo el cuerpo colapsado de un hombre que creía que la náutica se reducía a saber abrir una cerveza con el borde del ancla.


Y fue en ese momento, justo cuando creyó haber tocado fondo (moral, no náutico), cuando Román descubrió la radio.


Una caja gris con botones, luces apagadas y una etiqueta que decía ICOM. Román pensó que eso debía de significar algo, de cualquier modo, empezó a apretar botones como quien marca un número de lotería.


—Ejem... ¿Hola? ¿Central? ¿Puerto? Aquí estoy en el... barco... Peregrino Puk, no, Pelegrín Tuk, esto… estamos en apuros y no se como se vuelve. ¿Cambio?


Sorprendentemente, la radio escupió una voz de vuelta. Una voz con modulación de funcionario cansado y la paciencia justa.


-Aquí Salvamento Marítimo. Recibimos su señal. ¿Me copia?

Silencio.

-¿Cómo que le copio?¿Qué es eso de copiar?

-Confirme su posición actual.

-Sentado al lado de la neverita, con las piernas cruzadas.

-Deje la radio y dígale al capitán que se ponga, la radio es una cosa seria.

-No puede, se ha desmayado, está tumbado en el suelo y no vuelve en si.

-Entonces definitivamente ¿no sabe la posición marítima?

Román angustiado miró alrededor, buscando señales en el horizonte, o al menos un cartel que dijera “Usted está aquí”, una boya, un pez o algo.

-¿Posición? Pues… sobre el agua, bastante adentro en el mar, salimos hace unas horas de Can Pastilla, A lo mejor hacia el sur o hacia el norte, bueno, no sé muy bien. Hay agua por todas partes. ¿Sirve eso?

-¿Agua? ¿Está entrando agua en la embarcación?

-No lo sé. 

-¿Hay alguien más en la embarcación con la que pueda hablar?

-No, solo estoy yo despierto.

-¿Tiene a bordo una radiobaliza?

Román echó un vistazo rápido y localizó algo naranja que parecía una linterna de pesadilla.

-Tengo una cosa con antena, sí. ¿Eso qué hace?

-Debe activarla para que podamos rastrear su señal.

-¿Activar? ¿Dónde está el botón de encender? Aquí hay como… cinco. Espera. He tocado uno y ha hecho clic. ¿Eso era?

-¿Se ha encendido alguna luz?

-No. 

Suspiraron con cansancio al otro lado.

-Mire, lo más efectivo, es que la tire al mar. Se activará sola.

Román hizo una pausa. Su sentido de la lógica, corroído pero aún resistente, dudó.

-¿Tiro esto al agua y mágicamente saben dónde estoy?

-Exactamente.

-¿Y eso no explota?

-No. Solo transmite. ¡Tírela ya! y no toque nada más.

Román miró a Paco una última vez.

-Te lo juro, si esto sale bien, no te vuelvo a dejar elegir aventura, la próxima vez nos metemos en una biblioteca, que ahí nadie muere.

Después de media hora peleándose con la sujeción, pues Paco no había tenido tiempo de explicarle como se deshacen los nudos náuticos y con gesto solemne, lanzó la radiobaliza por la borda, como si arrojara una carta a Poseidón pidiendo perdón por el atrevimiento, automáticamente se encendió una luz parpadeante.

Tras lanzarla, Román sintió que había hecho algo importante. Algo heroico, incluso, se dejó caer sobre el banco de popa con aire de quien ha salvado a la humanidad y ahora espera su estatua en bronce con palomas cagándole encima.


Paco seguía inconsciente, o dormido. Es difícil saberlo a esas alturas. Su cuerpo emitía sonidos cada vez más sofisticados, una mezcla entre gruñido de oso menorquín y el traqueteo de un secador industrial.

-Te he salvado la vida, cabrón. Y ni un gracias. Lo típico de ti. 

Le murmuro Román con el tono de quien ha rehecho el mundo en su cabeza varias veces y ninguna con éxito.

El mar, mientras tanto, seguía ahí: vasto, indiferente, ligeramente mareado.

Fue entonces cuando Román empezó a ver cosas. Una gaviota le guiñó un ojo. Un pez volador le insultó mientras le miraba y una nube tenía, sospechosamente, la cara de su trabajadora social.

Y justo cuando el sol empezaba a parecerle un farol intermitente de parking, una silueta apareció en el horizonte, al principio pensó que era otra alucinación: una embarcación blanca con luces, un par de hombres con chalecos fosforitos, y una sirena que sonaba como si una aspiradora estuviera teniendo un orgasmo.

Pero no, era real, venían a por ellos.

-¡Eh! ¡Aquí! ¡Aquí está el Pelegrín Put... Tuk! —gritó, agitando los brazos como si quisiera despegar.

La lancha de Salvamento se acercó con profesionalidad y una expresión en sus rostros que combinaba pena, deber y ganas de contar esto luego en el bar. Uno de los rescatadores subió al velero y evaluó la situación con mirada experta.

—¿Quién está al mando?

Román señaló a Paco, que en ese instante dejó escapar un eructo que olía a anchoas y decadencia.

—Bueno, digamos que la nave iba sola 

Respondió Román

—Él es el capitán, pero ha tomado la ruta del coma etílico.

—¿Y usted?

—Yo soy... el copiloto y el portavoz y el que ha tirado la cosa esa naranja. ¿Me dan puntos por eso?

Minutos después, llegó la patrullera de la Guardia Civil. Venían serios, de uniforme, con cara de jueves por la tarde. El agente que abordó el velero parecía haber dejado la empatía en tierra firme.

—¿Son ustedes conscientes de que esta embarcación es robada?

Román dudó. Miró a Paco. Luego al agente.

—¿Robada? Hombre, tanto como robada... la encontramos sin vigilancia. Y en un puerto. Es como si estuviera... disponible.

—Eso se llama delito.

—Ah, bueno, no soy experto en semántica legal 

Dijo Román, alzando las manos como quien entrega la guitarra al final del concierto.

Paco, por fin, abrió un ojo. Lo primero que vio fue un guardia civil apuntándole con una linterna. Lo segundo, el mar.

—¿Hemos llegado a Cabrera?

—Ha llegado usted al cuartelillo —dijo el agente, seco.

Paco parpadeó. Miró a Román.

—¿Lo hemos conseguido?

—Depende, si tu sueño era acabar esposado y cubierto de vómito marinero… entonces sí, Paco, lo hemos logrado.

Y así, escoltados por el remolcador, con el sol ya cayendo sobre el horizonte y la dignidad por los suelos, los dos modernos argonautas fueron llevados a tierra firme, donde los esperaba una juez con más paciencia que entusiasmo.








;;