lunes, 12 de mayo de 2025

En lo profundo de la caverna, donde la luz apenas susurra su existencia, un grupo de hombres yace encadenado desde su nacimiento. 
Sus cuellos y piernas están fijos en una postura inalterable, obligados a mirar únicamente la pared rugosa que tienen enfrente. 
Sus ojos, acostumbrados a la penumbra, observan sombras proyectadas por la titilante luz de una hoguera situada tras ellos. 
Figuras de objetos, animales y hombres desfilan en el muro sin origen visible. Para ellos, esa es la única verdad. 
No conocen más mundo que esas siluetas danzantes.


—¡Así que les ganaste a los amigos de papá! ¡Vaya campeona!

—Uf, Sergio, ¿Qué te parecería si hiciéramos algo esta noche?

Mientras la noche vibraba con susurros y sombras. Tras la cena, los cuerpos se refugiaban en sus tiendas, cada uno buscando su propio descanso… o su propia tormenta, pero yo esperaba con ansias el tirón de su mano, la urgencia de su deseo. 

En ese momento escuchamos unos tímidos gemidos provenientes de la tienda de sus padres. Era evidente que ellos también, por la pinta, estaban queriendo “hacer algo”. Yo me reí pero mi chico quedó con la cara espantada, le atusé el pelo con mis dedos:

—Sergio, ¿te asquea que tus padres lo hagan o qué?

—Claro. Son mis padres, cari ¡Qué incómodo! ¿Te parece si nos dormimos y continuamos mañana? 

Era evidente cuando los ecos ajenos perforaron la frágil tela de la noche, su fuego se apagó en un pestañeo, envolvió su cuerpo en una manta, cerró los ojos y dejó que la incomodidad lo venciera. 

Ya no me hizo caso pese a que lo zarandeaba, incluso metí mano para acariciarle el vientre pero sin reacción, parecía que saber que sus padres tenían sexo le cortaba todo el rollo.

Así que salí de su tienda, bastante cabreada, al aire espeso de la madrugada, mi piel aún encendida, mi pulso buscando un compás distinto y miré de reojo la carpa donde sus padres estaban haciéndolo. Gracias al brillo de una farola tras los árboles podía ver las siluetas oscuras de ambos allí adentro. Iba a irme a mi carpa, pero escuché a don Cosme rogándole a su señora:

—Mira, querida, mira cómo estoy no me dejes así.

Descubrí, al acercarme silenciosamente, que no estaban teniendo sexo. Por la sombra que proyectaba, entendía que él estaba sobre su esposa, animándole a que tuvieran relaciones, pero la señora no quería saber nada.

—¿Pero qué te pasa, Cosme? Déjame dormir, me duele la cabeza.

—¿Pero tu estás viendo este pedazo de erección que tengo?

Cuando dijo aquello, el señor se puso de rodillas, de perfil, y pude ver boquiabierta la polla de mi suegro (mejor dicho, la sombra). 
¡Era enorme! ¡Pues claro, era una maldita sombra, normal que pareciera titánica, engañando mi percepción! 

Pero, ¿y si no? Madre mía, ¿por qué su hijo no heredó esa lanza? Empezó a estrujársela, parecía que buscaba la mano de su esposa para que ella comprobara su estado pero la mujer no quería saber nada de nada.

Me calenté tanto viendo aquella espada que no dudé en meter mano bajo mi short de algodón y tocarme. No lo podía creer, ese señor rogaba por sexo y su señora no lo quería contentar. Y yo le había implorado a mi novio que aplacara el calor que me tenía en ascuas.

Disfruté del voyerismo aquella vez, de noche, espiando a mi suegro masturbándose. Pensé, mientras mis finos dedos entraban y salían de mi húmeda gruta, que seguramente don Cosme estaba empalmado gracias a mí y mi pequeño bikini mientras tomaba el sol por la tarde.

Seguramente se tocaba imaginando mi culo, mi sexo o mis pezones anillados, que se entreveían con la minúscula prenda, podía oír sus entrecortados gemidos…

Me mordí un puño para no gemir porque el orgasmo que tuve fue inolvidable, caí allí, en la yerba, retorciéndome y tensando mis dedos dentro de mí. Mientras recuperaba mi vista, que se había nublado durante el clímax, volví a mirar la tienda; el pobre hombre, por la pinta, también se estaba corriendo en un pañuelo o camiseta que se acercó él mismo.

Las sombras hablaron. Sobre la tela de aquella tienda, un titán alzaba su silueta en súplica, buscando ser acogido. La voz de su esposa lo rechazaba con la tibieza del cansancio, pero él persistía, dibujando sobre la lona un espejismo que confundía los límites entre la realidad y la ilusión.

La luz jugaba a engañar mi percepción. ¿Era la sombra la que magnifica o era mi mente la que anhelaba? Me quedé allí, atrapada entre lo indebido y lo inevitable, viendo brillar en el cielo destellos de fuego, sintiendo en mi piel la misma electricidad.


“Don Cosme…”, susurré con mis finos dedos haciendo ganchos en mi húmeda cueva, viendo chispas doradas en el cielo negro.
Un murmullo escapó de mis labios. La noche, cómplice y muda, guardó el secreto.











1 Asuntos :

Erik dijo...

Bueno toda una lastima...

Salud.