-¿Te puedo pedir un favor?
Siempre tenía una sonrisa.
- Sabes que si.
- Me gustaría que me llevases a dar de comer a las palomas.
Allí estaban ellas tranquilas como guijarros blancos sobre el suelo polvoriento, la plaza alegre con el sonido cristalino del agua gorgoteando de la fuente central, paseaba entre ellas y les iba echando migas de pan una a una, volaban agradecidas, su sonrisa demostraba felicidad con esta actividad tan simple de alguna forma me contagiaba esta felicidad.
De entre las mesas apareció imponente Daniela, la mujer mas guapa del mundo ( o lo que ella creía), se quedó mirando de hito en hito, como desplazaba la silla de ruedas con una sonrisa.
No podía imaginar que con la indiferencia con la que la trataba, tuviera sentimientos de algún tipo y esto la desmontaba totalmente, preferir estar dando comida a las palomas en lugar de entre sus brazos no entraba en su mente, acostumbrada como estaba a hacer doblegar las voluntades de cualquier tipo de hombre.
Se me acercó y con la voz mas sensual y despectiva jamás emitida dijo:
- ¡Que excusa mas tonta, si querías verme no hacía falta que montaras el número de las palomas!
- Pero ¿qué dices? ¡No te conozco de nada!
- Claro que me conoces no disimules, además te has embadurnado de colonia para que me fije en ti.
El hombre de la silla de ruedas protestó:
- ¡Eh que estoy aquí abajo! El de la colonia soy yo y yo si que te conozco.
Ella estaba totalmente azorada, había debido toparse con el único hombre inmune a su belleza.
Lo que no sabía Daniela era que he aprendido a controlar la libido hasta aspectos insospechados, mi fragilidad ante las decepciones así lo aconseja, la solución es simple basta mirar el interior, de modo que todo tipo de lenguaje corporal y apariencia sensual quedan anulados.
Ahora se habían cambiado los papeles, es decir podía pensar con la cabeza al margen del deseo, de igual a igual. Ella se sintió por primera vez en su vida 'poca cosa', ni siquiera le dieron la placentera opción a negarse a otra cita o facilitar el número del móvil. Simplemente se despidieron con una sonrisa para seguir alimentando las palomas.
En aquel parque habían puesto en una mesa unas hojas de papel para anotar los 'e-mails', para recibir instrucciones para manifestarse sobre la tala inminente de unos árboles centenarios. Nadie se dio cuenta del fogonazo de un flash.
Al cabo de unos días varias personas recibieron un e-mail de una tal daniela***@*mail.com:
Hola soy la petarda del otro día en el parque. No se quién eres tu de los 127 correos. He venido cada día pero tu no estabas, me encantaría quedar para dar de comer a las palomas. He aprendido la lección.
2 Asuntos :
La eterna cuestión: ¿Quién seduce a quién? Una historia muy instructiva...
Saludos.
Tengo que darte las gracias por ir a mi blog y dejarme un comentario, y además, porque me ha permitido llegar hasta el tuyo, y me quedo por aquí descubriendo tu manera de escribir.
Besos.
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