viernes, 12 de septiembre de 2025

El fotógrafo se llamaba Ramiro, aunque en los foros de internet firmaba como “Rami Art Photography”. Su carrera artística era, siendo amables, una sucesión de fracasos entrañables: 

Fotos de gatos movidos, puestas de sol quemadas de tanto saturar el color, y algún intento de retrato en bodas de pueblo que terminaba siempre con novias medio cortadas por la frente o por los pies. Su última “exposición” había sido en el bar de su primo, junto a la máquina tragaperras, con carteles hechos en la impresora de la biblioteca.

Ramiro, que no era tonto del todo, estaba convencido de que la próxima serie sería la definitiva, su obsesión era conseguir algo que pareciera arriesgado, transgresor… aunque no tuviera ni idea de cómo hacerlo.

Llevaba meses obsesionado con una idea: quizás necesitaba una musa. No una novia, no una amiga, sino alguien con un rostro fotogénico al que convencer de que él era un visionario incomprendido. Tenía claro que una buena foto no dependía del encuadre ni de la luz, cosas que nunca había dominado y era consciente de ello, necesitaba tener delante a alguien lo bastante atractivo como para maquillar sus carencias.

Y ahí entró Lupe.

Lupe era una mujer que soñaba con escapar del anonimato gris de su trabajo en una inmobiliaria de segunda fila. Pasaba las tardes frente al espejo ensayando poses de revista y se había convencido de que tenía un “aire internacional”. Solo necesitaba alguien que le diera el empujón definitivo, dentro había una mujer convencida de que llevaba dentro a una estrella todavía no descubierta. No tenía agencia, ni representante, ni portfolio profesional, pero en su mente aquello estaba claro: “Solo necesito una foto buena", una sola y ya me llamarán de revistas, marcas, Reality Shows y por qué no, protagonista de alguna serie en el mismo Netflix.”

Por fin se juntó el hambre con las ganas de comer.

Ramiro vio en ella la oportunidad perfecta. Y Lupe, ingenua y ansiosa de brillar, se dejó envolver por sus palabras.

—Mira, Lupe, el mundo de la fotografía está saturado. Las modelos de catálogo están todas iguales: bikinis, playas, sonrisas falsas… Eso está muerto. Lo que vende ahora es lo auténtico, lo visceral, lo que huele a sufrimiento y a verdad 

Decía él, con tono de gurú.

—¿Y qué propones? 

Preguntó ella, entre interesada y desconfiada.

—Nieve. Frío. Desnudez. Una mujer contra los elementos. Tú. Eso sí que es una imagen de portada.

Lupe dudó pero Ramiro siguió hilando su tela de araña con artimañas baratas:

—¿Sabes cuántas artistas empezaron así? Las grandes fotos de la historia son siempre de alguien que se atrevió a más. Además, yo tengo contactos… 

Mentía, claro. Sus “contactos” eran tres seguidores de Instagram, cinco en Facebook, dos de ellos de sus familiares y algún like en una web de fotos.

Le prometió que aquello podría acabar en una revista de tendencias, quizá incluso en un concurso internacional.

—Imagínatelo, Lupe: tu foto expuesta en París. Tu rostro congelado pero inmortal. Y todos sabrán tu nombre.

Con el discurso aprendido de charlas de YouTube y frases copiadas de entrevistas a fotógrafos famosos, empezó a engatusarla, aunque no hay nada mas facil que halagar al que tiene carencias de afectos.

—Lupe, lo tuyo no es la belleza típica… lo tuyo es magnetismo. Tú no eres de catálogo, eres de portada. Si alguien puede dar el salto eres tú, pero necesitas una mirada distinta. Y esa mirada… es la mía.

Ella, profundamente adulada, preguntó con un brillo ingenuo:

—¿Y qué haríamos?

Ramiro, teatral, desplegó su plan como si fuera una revelación artística:

—Imagina esto, nieve, vacío, naturaleza hostil. Tú en el centro, frágil pero poderosa. La belleza contra el frío. La carne humana contra lo eterno.

Lupe tragó saliva. Se le erizaba la piel solo de pensarlo.

—¿Y no… no es demasiado arriesgado?

Ramiro inclinó la cabeza, bajando la voz con tono de conspiración:

—Lupe… ¿quieres ser recordada o quieres ser una más?

Con esa pregunta, la atrapó. Ella ya no veía nieve ni hipotermia, solo flashes, entrevistas, una agencia llamándola, un contrato, la portada de Vogue. Y aunque por dentro temía pasar horas congelada, se convenció de que aquel sacrificio sería la prueba de fuego para entrar en el mundo del estrellato.

Le prometió que aquello podría acabar en una revista de tendencias, quizá incluso en un concurso internacional.

—Imagínatelo, Lupe: tu foto expuesta en París. Tu rostro congelado pero inmortal. Y todos sabrán tu nombre.

Ella, fascinada por el relato y cegada por la posibilidad de salir del anonimato, aceptó. Eso sí, con condiciones.

—Pero no pienso posar sin calzado, Ramiro. No quiero que mis dedos acaben amputados por tu arte.

Ramiro, en el fondo, lo sabía: no tenía ni idea de cómo conseguir que una foto así llegara más lejos que su cuenta de Facebook. Pero lo importante era que ya tenía lo que buscaba: una modelo atractiva a la que engatusar.

Así fue como terminaron en medio del campo nevado: él cargando una cámara prestada de segunda mano y un termo con cacao, y ella convencida de estar protagonizando el comienzo de su leyenda.




El inicio fue artístico, muy conceptual, “la fuerza del cuerpo humano contra la naturaleza”. Pero la realidad tenía que hacer sus matices.

Primero, la modelo apareció envuelta en un abrigo gigante de plumas, gorro de lana, bufanda y unos guantes de esquí que parecían manoplas de oso. El fotógrafo, excitadísimo con la sesión, le dijo:

—Vale, ahora… ¡quítatelo todo!

Y ella:

—¿Aquí? ¿En serio? ¡Si no siento las piernas!

Al final, entre risas y protestas, la modelo se quitó el abrigo y quedó como en la foto: con apenas una gasa y unas botas que no eran para nieve. El fotógrafo, muy profesional, intentaba dar indicaciones como si no pasara nada:

—¡Perfecto! ¡Más sensual! ¡Mira al horizonte!

Mientras tanto, la pobre modelo pensaba: “¿Horizonte? ¡Si solo veo un iceberg en mi nariz!”


Pero sucedieron algunas cosas ...

Un señor del pueblo que paseaba a su perro se detuvo y, sin decir palabra, miró la escena como quien ve a alguien freír churros en mitad de la carretera, en cambio el chucho se quedó fascinado con la bufanda tirada en la nieve y se la llevó dando cabriolas.

El vecino, con su perro y su imaginación calenturienta, al ver a la modelo semidesnuda entre los copos blancos y al fotógrafo hundido en la nieve, sacando fotos, pensó:

Esto no es nieve normal… ¡esto debe ser heroína! Han montado un laboratorio clandestino en mi camino rural.

Ni corto ni perezoso, llamó a la Guardia Civil para denunciar “un alijo sospechoso con rituales raros”. La mezcla de palabras fue suficiente para que la central se activara como si estuvieran cayendo narcos en helicóptero.

El fotógrafo había resbalado hacia atrás mientras buscaba el “ángulo perfecto” y cayó de culo en la nieve, ahí se quedó por orgullo, no soltó la cámara. Eso sí, gritó:

¡La tengo! ¡La tengo!” 

Parecía una foca varada pero por fin tuvo su primera ansiada foto de la sesión. 

Instantanea desde el suelo


Para entrar en calor entre disparo y disparo, Lupe empezó a hacer pequeños bailes, como si fuera un ritual tribal en medio de la tundra, el fotógrafo, contagiado, terminó dando saltitos también. Un vecino que pasó en coche juró luego cuando lo interrogaron que había visto un aquelarre extraño en el campo.

Cronologicamente los hechos siguieron así:

Primero llegó una patrulla, pero al escuchar “droga” pidieron refuerzos. En menos de veinte minutos había un despliegue absurdo: tres coches, un furgón y hasta un perro antidroga que, en cuanto olió la escena, se fue directo a oler las botas mojadas de la modelo, convencido de haber encontrado “el cargamento”.

El fotógrafo aún con el culo hundido en la nieve, pálido, levantó las manos mientras uno de los agentes gritaba:

—¡Quietos ahí! ¿Qué transportan? ¿Dónde está la mercancía?

La modelo, con el abrigo mal puesto, respondió con sarcasmo helado:

—La mercancía soy yo, señor agente, pero se va a derretir en cinco minutos.

Los guardias empezaron a patear la nieve y clavar bastones, convencidos de que encontrarían bolsas ocultas. Mientras tanto, el fotógrafo intentaba explicarse:

—¡Esto es arte, juro que es solo arte! ¡Blanco sobre blanco, la fragilidad del cuerpo frente a lo efímero!

Uno de los agentes lo miró serio y dijo:

—¿Arte? Mire, si yo tuviera que inventar una coartada, usaría la misma palabra.

El clímax llegó cuando abrieron la mochila del fotógrafo y encontraron varias bolsitas con polvos… ¡de cacao instantáneo! Para preparar bebidas calientes durante las pausas.

El silencio fue monumental. Lupe ya desatada se carcajeó y dijo:

—Menos mal, porque si fuera heroína de verdad, yo ya me la habría esnifado para entrar en calor.

Al final, después de un buen rato de papeleo absurdo, los agentes se marcharon, medio avergonzados pero con la excusa de que “tenían que asegurarse”. El fotógrafo, aún temblando, murmuró:

—Esto va a quedar mejor que cualquier exposición.

Y la modelo, mirando la nieve pisoteada, contestó:

—Sí, pero mejor ponle un título realista: ‘Tráfico de nieve en un paisaje nevado’.

Pero gracias a esta escena caótica, sobre todo a la grabación del vecino del perro y Youtube el vídeo se hizo viral, eso si nadie sabe quien era esa Lupe tapada con una gasa ni el fotógrafo aleteando las piernas ridiculadamente y haciendo fotos atrapado en la nieve blanda, quizás no era el tipo de fama deseada.