sábado, 26 de julio de 2025


Pensando al revés 
es lo mismo que 
hacerlo en 'marcha atrás'. 


Una de las cosas que descubrí con el proyecto, es que es muy difícil empaquetarse a uno mismo desde dentro de la caja, pero el pretender ser enviado a una dirección concreta requiere un esfuerzo extra y complica mucho las cosas...
Aquella mañana llamé a Seur para el envío de un paquete urgente, deje la llave a una vecina y empecé a empaquetarme de dentro a fuera, lo tenía todo previsto, en primer lugar la propia seguridad, varias autovueltas de plástico de burbujas, dejando fuera los brazos, con acceso a la cinta adhesiva, cutter, que necesariamente viajarían conmigo y una caja de cartón de tamaño considerable, añadir papel arrugado extras, vueltas y vueltas con cinta de embalaje, un manguito de de plástico en contacto con el exterior para respirar y una espera angustiosa pues una vez envuelto desde dentro de la caja apenas se pueden distinguir los sonidos, una espera angustiosa carente de sonido, sin luz y con el agravante de haber desconectado el aire acondicionado.
Después de una larga espera los hechos se desarrollaron como una catarata: el crujido al descerrajar la puerta, portazo, el transporte, los improperios de los operarios, por el calor, por el peso del paquete, el traqueteo, contra otros objetos pendientes de entrega muy a pesar de que en el cartón que se suponía debía estar a la vista, aparte de la dirección de entrega de entrega, había puesto con un rotulador gordo:
 'MUY FRAGIL
JARRÓN CHINO 
DINASTÍA MING 
Peligro de rotura, mantener esta parte hacia arriba'

Otra vez los improperios sobre el peso de la maldita caja, unas escaleras, noté el suelo firme, el timbre, descerraje de la puerta, silencio
 y una discusión:

-¡Qué yo no he comprado esto!

-Pues yo no me lo llevo, deberá llamar.

(y venga a repetir la discusión con todas las variantes que os podaís imaginar)

Otro aterrizaje en el suelo y el chásquido de la puerta cerrándose tras de si, ahora silencio angustioso, unos pasos que se acercan luego se alejan, noto una mano que palpa el paquete, una breve sacudida a ver si suena algo.


-¿Que coño será esto? 

Otro rato de ausencia de ruido por fin unos pasos que se alejan y luego se acercan, se oyó el rajar del cartón, la cinta de embalar al despegarse crujía como si se desnudara una momia emocional, la luz empieza a espacirse a través de las burbujas, se oye el sonido de una canción. A través de la distorsión del plástico veo su silueta envuelta en un albornoz rosa, dando unos pasos hacia atrás, aterrada aferrando con fuerza las tijeras, cuando la luz invadió el todo, me protegí con el único recurso disponible, el ángulo de los codos.

-¿Hola?

Asomé la cabeza. Ella me observaba sin pestañear, como si yo fuera una obra conceptual de una bienal de arte contemporáneo.

- Pero ... ¿Tú… tú eres real?

- Depende de lo que llames real, mucho poder no tengo la verdad.

- ¿Eres un juguete sexual de gran tamaño o un intento desesperado de performance romántica?

- Lo segundo. Pero con potencial para lo primero, si hay química.

Silencio. Ella me estudió como quien evalúa la madurez de un tomate rojo.

- ¿Un hombre que se envuelve, se etiqueta, se calla y se entrega sin pedir nada a cambio? Tengo que admitirlo: es el mejor primer paso que he visto en años.

Me ayudó a salir, con cierta parsimonia, despegando cinta como quien pela un caramelo complicado. Luego me ofreció té, con ese tipo de condescendencia cálida que se reserva a los locos que uno aún no ha decidido si va a denunciar o besar.

-¿Qué pensabas conseguir exactamente?

- En mi cabeza desde luego el desempaque parecía mucho mas digno, una conversación divertida, tal vez este té que me has ofrecido, quizás el amor. Pero como mínimo sorprenderte, salvando las distancias es una conmemoración en toda regla del 'Caballo de Troya'

- Lo conseguiste con creces. Aunque si alguien me lo cuenta, le acuso de haber soñado con una escena viral en Youtube.

Inquietantemente ella aún no había soltado las tijeras.

- Gracias.

- No era un cumplido.

Nos quedamos callados. Me sirvió el té. Se sentó frente a mí.

- Desde luego estás más cuerdo de lo que pareces o más desesperado de lo que admites.

- Las dos cosas pueden ser ciertas.

- ¿Así que te crees un 'Troyano'? Y si te digo que me ha encantado tu estrategia.

- Entonces diría que la inteligencia emocional se mide también en centímetros de cartón.

Rió, no mucho pero lo suficiente como para dejarme imaginar una segunda cita sin necesidad de embalaje.




jueves, 17 de julio de 2025



Quiero compartir aquí que tengo un vicio extraño, no es ilegal, ni especialmente peligroso (aunque todo depende de a quién sigas, claro). Cuando el aburrimiento me asalta, que es más a menudo de lo que sería socialmente aceptable admitir, me meto en el metro o en un autobús cualquiera, hago de detective amateur y juego a adivinar vidas ajenas. 

Me siento delante de alguien, observo disimuladamente, su aspecto personal, su forma de ir vestido de comprortarse.

Ese lleva una carpeta azul… funcionario. 

Aquella con gafas de pasta… ilustradora frustrada. 

El del gran bigote… atracador de bancos o estafador.

Luego entro en su aspecto personal y el gusto vistiendo, cuerpo de gimnasio, maquillada, recién afeitado, esta tiene movimientos gráciles de bailarina, este es fan de futbol, con pinta de no levantarse del sillón, forma de ir vestido que también me da pistas acerca de la edad y su estado civil, soltero, casado, recién divorciado, etc.

Pueden usarse las palabras entresacadas de las llamadas del movil, las veces que consultan el relój durante el trayecto, su forma compulsiva o tranquila de permanecer en el trayecto.

Me divierte, cuando la historia es buena, la prolongo un poco más, total mucho mejor que Netflix, ya que me meto directamente en la serie, por lo tanto me bajo en su parada y sigo sus pasos discretamente, para confirmar mis pesquisas e ir añadiendo datos que corroboren mis conjeturas, siendo consciente que nunca podré llegar al final de la historia.

Entonces apareció ella.

Primavera en Barcelona, ese momento en que no sabes si salir en manga corta o con bufanda porque en cualquier caso vas a acertar y a equivocarte al mismo tiempo, domingo por la mañana, iba en la línea roja de metro, dirección 'Bellvitge'. Subió en la parada 'Plaza Catalunya', pelo castaño alborotado de forma natural (que es la forma más artificial que existe), libro bajo el brazo, “Ensayo sobre la ceguera”, de Saramago, ahí ya me ganó y auriculares amarillos.

Mi mente de detective de medio pelo se activó, periodista cultural con novio músico, pensé y la seguí discretamente.

Bajó en la parada 'Plaza España', repliqué su decisión, abandonó la plaza y subió por las amplias escalinatas que nos llevan al Palacio de Montjuic, era un día luminoso, apetecía pasear, subió los múltiples escalones a buen ritmo, estaba en forma, con paso firme  por fin se paró en el Mirador de las Escaleras, desde el cuál se ve toda la ciudad apoyába los antebrazos en la balaustrada de piedra y miraba a un punto indeterminado del horizonte, pasaron cerca de diez minutos, obviamente no tenía prisa, luego prosiguió las escalinatas hasta el Estadio Olimpico, se metió a través de uno de las múltiples zonas ajardinadas y empezó a pistear entre los árboles frondosos del parque y los setos perfectamente cuidados, en zig zag, hasta salir por los muros de la parte trasera del 'Pueblo Español', que rodeó hasta la entrada, pagó y entró, paseó esta vez sin prisas por medio de las callejas llenas de talleres y pequeños museos, interesándose por las exposiciones, haciendo fotos y siguiendo con los dedos las curvas de las piezas expuestas, en aquel momento pensé en lo dificil que es seguir discretamente a alguien sin estar burdamente expuesto, admiré la labor de los detectives profesionales mientras intentaba no coincidir con ella en un recorrido circular en el que todas las pequeñas calles confluyen, después de unas cuantas vueltas salió del recinto, recorrió otras estrechas callejas entre los parques y se plantó delante de una estrecha cancela de hierro forjado y muro de piedra tapado por enredaderas, la franqueó y después de una interminable pasarela de pizarra negra entre la hierba, apareció trás una arcada una puerta acristalada con marcos pintados de verde, un bar pequeño, de esos tan difíciles de encontrar con mesas de mármol, camareros con camisa blanca y corbata fina. 

Escrito con tiza en una pizarra en la entrada:

“Especialidad, Vermut Paraíso”.

Desapareció dentro para salir luego a la terracita al sol con una copa, ocupó una de las seís mesas, al cabo de un rato, sacó un cuaderno del bolso y empezó a escribir.

Se me acumulaban los problemas, en la terraza no había mas clientes que ella y yo, de modo que discretamente, me senté a dos mesas de distancia, en plan agente secreto de saldo pero claro, torpe como soy, sonó mi móvil (¡maldito politono!), me miró de reojo, sonrió, y volvió a lo suyo. A los cinco minutos, dejó su cuaderno, se levantó, se acercó a mi mesa y dijo:

—¿Quieres dejar de seguirme ya o prefieres que pidamos otro vermut y hagamos esto menos incómodo?

Yo quise que me tragara la tierra, pero resulta que Barcelona está fatalmente mal urbanizada para esos casos, así que sonreí como si fuera mi plan desde el principio.

—Bueno… visto así, tampoco me vendría mal un vermut.

Se sentó, pidió otro para mí, y empezó a interrogarme como si fuera ella quien jugara a descifrar vidas ajenas.

—A ver veamos… ¿periodista frustrado? ¿Escritor sin editorial? ¿O te dedicas a entrenar palomas para competiciones ilegales?

Le confesé mi afición absurda y nos reímos bastante, se llamaba Clara, era matemática, de esas que desmontan tu existencia con un par de fórmulas y una sonrisa torcida, amante del vermut y de espiar a los que espían.

Pasamos la tarde allí, al sol, entre tragos, anécdotas absurdas y teorías conspiranoicas sobre por qué el camarero llevaba bigote solo en un lado.

Y fue entonces, ya con la segunda ronda, cuando no pude evitar preguntarle qué escribía en aquel cuaderno.

—Una novela.

Me dijo, sonriendo arqueando una ceja en plan misterioso.

—Sobre un tipo que tiene la extraña costumbre de subirse al metro, seguir a desconocidos, inventarse su vida… y que acaba persiguiendo a una pobre chica que, por cierto, ya sabe que es  perseguida, pero como es un poco retorcida, se inventa sus propios motivos para justificar que la sigan.

Ahí me quedé callado, vermut en mano, viendo cómo se reía y rascaba con el bolígrafo sobre el papel.

Y por un momento, muy breve, pensé que tal vez, solo tal vez, ella también estaba siguiendo a alguien o escribiendo sobre mí o escribiendo sobre alguien que escribía sobre alguien que seguía a alguien.

 

Bar Paraíso


Vermut Paraíso. Recursivo, como la vida misma.

martes, 1 de julio de 2025

Para ceñirnos a la estricta verdad, todo se inició por culpa de la película "50 Sombras de Grey", sus posteriores y reiterados positivos comentarios a lo largo de los días siguientes.

No es que ella se opusiera, claro, si algo había aprendido en la vida, era que la resistencia, bien empleada, solo aumentaba el placer. 

De modo que allí estaba, con las muñecas sujetas por una técnica que él aseguraba poseer, pero que en realidad había perfeccionado después de horas visionando tutoriales en YouTube, nudos marineros para sujetar todo tipo de cosas, menos para atarse a si mismos. 

Muy aplicado, su amante su frase preferida era que el conocimiento era poder, aunque en este caso, parecía más bien un poder inverso … mas bien restrictivo.

El flash de la cámara la cegaba momentáneamente, y en esos instantes de luz blanca y súbita, no podía evitar preguntarse si esto acabaría mal o en una exposición retrospectiva titulada "Ataduras consentidas",  una exploración fotográfica del amor y los cabos blancos de poliéster o marrones de cáñamo. O peor, en la memoria de su amante como:

 “Aquella vez que intentamos ser sensuales y terminamos riéndonos porque los nudos se deshicieron solos” pero contenta pues se sentía protagonista de su propia película.

—¿Todo bien? —preguntó él, con ese tono de amante delicado pero claramente más interesado en la composición estética que en la circulación sanguínea de las extremidades de su pareja.

—Maravilloso —respondió ella, con la dignidad de una mujer que, incluso atada, aún tenía el poder de lanzar una mirada de juicio.

Un nuevo clic. Otro destello. Y ella, en su papel de musa involuntaria, pensó que si todo fallaba, al menos tendría pruebas fotográficas para su futura autobiografía.






;;