jueves, 10 de octubre de 2024

Leila, José y Mónica estaban en su café de siempre, el típico lugar con paredes de azulejos que parecía haber pasado de moda en la posguerra, pero ahí seguía, como sus conversaciones, cargadas de sorna y resignación. Hace unos cambió de manos, ahora lo regenta una familia china muy servicial.

Era un sábado por la mañana, el sol empezaba a colarse entre los huecos de las cortinas de listones, como queriendo espiar sus secretos.


—No puedo creer que te haya pasado eso —dijo  Leila, llevando su taza a los labios, los ojos llenos de incredulidad—. ¿Cómo es posible que no te deshicieras de ese mensaje antes de enviarlo?


José, con su cabello desordenado y su chaqueta desgarbada, se encogió de hombros, sin dejar de mirar por la ventana.


—Ya sabes cómo soy. Siempre me pasa algo así. al principio quería enviártelo a ti, pero no se que pudo pasar, tenía abiertas varias conversaciones, pensé que solo le estaba enviando un meme a Mónica pero menuda sorpresa cuándo empecé a ver contestaciones muy airadas.

¿Quién iba a imaginar que lo mandaría a la conversación de su trabajo?


Mónica, que había estado concentrada en su café, estalló en una risa falsa que resonó en el pequeño local.


—No me hizo ninguna gracia. La cara que puso mi jefe cuando vió ese gato vestido de superheroína...dentro de un dossier para presentar en Bruselas, con retrasos en el pago a proveedores no tiene precio. 

A mi estas bromas no me van, como me despidan por tu culpa te vas a enterar.


José no pudo evitar sonreír, aunque un ligero rubor apareció en sus mejillas.


—Sí, pero mira el lado positivo, ahora van a considerar que estás casada con un payaso, siempre está el personaje "el gracioso de la oficina", pues en este caso sería el graciosillo de fuera de la oficina, como si eso fuera algo bueno.


—Al menos tienes algo que contar en tus múltiples actividades —dijo  Leila, tratando de animarlo—. No todos tienen una historia tan divertida.


—Cierto, pero creo que su jefe no aprecia demasiado el humor felino en el entorno laboral —respondió José, removiendo su café pensativamente y perder el trabajo le sacaría de sus casillas, aunque está fuera permanentemente.


Un silencio cómodo se instaló entre ellos, cada uno perdido en sus pensamientos. La tarde avanzaba y la conversación se desvió a temas más triviales: las últimas series que habían visto, los planes para el fin de semana, el nuevo libro que  Leila había comenzado. Sin embargo, en el aire se sentía un trasfondo de tensión.


Finalmente, Mónica rompió el silencio.



—No soporto la idea de ir a esa fiesta —empezó Mónica, con su habitual tono derrotado, mientras removía el café sonoramente, con una cucharilla que parecía estar viviendo su propia crisis de identidad—. ¿De verdad tenemos que hacer un homenaje a Carles? Si ni él se habría molestado en asistir a su propio funeral, menos a una fiesta. El hombre apenas podía ver el cuentakilómetros. 

¿Cómo pretendemos que vea una razón para estar ahí?


José, alto y con la barba de tres días que tanto le gustaba a  Leila (aunque nunca lo decía en voz alta cuando Mónica estaba cerca), se echó hacia atrás en su silla con una sonrisa maliciosa.


—Venga, Mónica, es una oportunidad para reencontrarnos con el IMSERSO. Seguro que Cristóbal trae su guitarra desafinada otra vez. Aún me duele la cabeza de la última vez que quiso tocar "Stairway to Heaven". Claro que en su caso, la "stairway" se quedó en la planta baja.


 Leila, sentada entre ambos, jugueteaba con su cabello pelirrojo y lanzaba miradas furtivas a José. Se relamió los labios antes de intervenir con su típico tono de indiferencia astuta.


—Ah, Cristóbal... el único hombre que desafina más con la voz que con la vida. —Soltó una risita suave—. Aunque, siendo justos, peor lo tenía Carles. El pobre creía que tenía que pedirle al DJ rock clásico, para conseguir que yo bailara con él, eso lo hace irresistible, o mejor dicho inaguantable.


—Sí, porque claro, todo el mundo sabe que la clave para seducir es Led Zeppelin —dijo José, levantando las cejas—. Sobre todo cuando tu vista no te permite distinguir entre tus pies y los de tu pareja.


Mónica resopló, girando los ojos hacia el techo.


—No soporto esa manía de la gente de querer parecer joven cuando ya ni siquiera pueden bailar sin parecer que están haciendo un examen de equilibrio. ¡Carles! ¡El hombre que sujetaba el volante como si estuviera en un concurso de apretón de manos! Y luego te perseguía por la pista de baile como si estuviera en “Grease”, pero versión geriátrica.


 Leila hizo una mueca divertida, recordando aquella noche en Almería en la que Carles había intentado ligársela.


—Oh, sí, "Grease" pero con más prótesis de cadera —añadió  Leila—. No se le daba mal bailar, eso hay que admitirlo. Claro que para él "no se le daba mal" significaba no caerse encima de la señora de la mesa de al lado. Fue entrañable… en un modo "quédate ahí que ya vuelvo".


Mónica, que ya había entrado en su típico estado de amargura zen, se cruzó de brazos.


—Y ahora toca rendirle homenaje. A ver, ¿quién es el genio que decidió que necesitamos una fiesta para recordar a un tipo que no soportaba la música fuerte y que decía que bailar rock era de "jóvenes irresponsables"? Es como hacerle una estatua a un perro por maullar.


José rió, disfrutando del sarcasmo que flotaba en el aire como el café rancio del local.


—Bueno, lo mejor será que no le pidamos al DJ música de rock esta vez, por si Carles aparece desde el más allá y decide hacernos una demostración.


—Ya ves, —intervino  Leila—, y esta vez, sin gafas, seguro que me pisa aún más.


—¡No soporto vuestras bromas sobre los muertos! —se quejó Mónica, que en el fondo disfrutaba del chiste tanto como ellos, pero su rol de "sufrida" no le permitía reír demasiado—. Pero claro, a ti,  Leila, siempre te encantó ser el centro de atención. Aunque claro, con Carles como admirador, el nivel estaba... —hizo una pausa y levantó una mano, buscando la palabra correcta—… ajustadito.


 Leila se limitó a levantar las cejas con elegancia.


—Si Carles hubiera sido un poco más atrevido y un poco menos cegato, quién sabe… —Lanzó una mirada furtiva a José, que la captó al vuelo.


—Cuidado, Mónica —dijo José con una sonrisa socarrona—. A lo mejor  Leila acaba siendo la viuda del homenajeado, si se nos pone sentimental.


—No soporto ni pensarlo —bufó Mónica—. Prefiero no imaginarla bailando rock en su honor. Aunque, bueno, si hay vino gratis, tal vez lo soporte un poco mejor.


Los tres se quedaron en silencio, mirándose entre risas contenidas y sarcasmos no tan escondidos. Mónica suspiraba,  Leila y José intercambiaban miradas cómplices que ninguno de los dos se molestaba en ocultar demasiado, y el reloj del café, imperturbable, seguía marcando los segundos de una vida que, para ellos, siempre estaría llena de fiestas incómodas, matrimonios a medio camino, y secretos que sólo los hacían reír.


—Bueno, al menos —dijo José al final—, será interesante ver si Cristóbal sobrevive al cóctel sin comerse todo lo que haya en la mesa antes de que empiece la música.


—Y si el DJ no muere de aburrimiento esperando que alguien pida algo que no sea rock de los setenta —añadió  Leila, guiñándole un ojo a José.


Mónica negó con la cabeza, resignada.


—No soporto las reuniones del IMSERSO, pero si lo vamos a hacer, que al menos haya buenos aperitivos. 




;;